Capítulo 2: El Enigma de la Casa Abandonada

Esta entrada es la parte 3 de 17 de la serie Sombras del Más Allá: Crónicas de lo Paranormal
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Última actualización el 16 de septiembre de 2024 por ATM

Los días siguientes a la ceremonia de Isabel fueron tranquilos, pero mi mente no podía dejar de pensar en la experiencia vivida. Decidí que debía continuar explorando el mundo paranormal. Mi pasión se había convertido en una misión: descubrir y ayudar a otros espíritus atrapados entre nuestro mundo y el más allá.

Una tarde, Laura me llamó emocionada. Había recibido información sobre una casa abandonada en las afueras de la ciudad, conocida por sus extrañas actividades paranormales. Los vecinos la evitaban y muchos aseguraban haber visto luces inexplicables y escuchado susurros provenientes de su interior. Decidimos investigar.

La casa estaba ubicada en un terreno grande, rodeada de árboles y maleza. Su fachada, con la pintura desconchada y ventanas rotas, le daba un aspecto sombrío y desolado. Al acercarnos, una sensación de frío intenso nos envolvió, como si la casa misma exudara una energía inquietante.

Al entrar, el aire estaba cargado de una sensación de opresión. Cada paso resonaba en el suelo de madera, y el crujido constante parecía anunciar nuestra presencia a los antiguos ocupantes. Un olor a humedad y moho impregnaba el ambiente, mezclado con un leve rastro de algo más, algo difícil de definir pero inquietantemente familiar.

Comenzamos explorando la planta baja, donde encontramos viejos muebles cubiertos de polvo y telas de araña. En el salón, una gran chimenea estaba decorada con retratos de una familia que parecía de principios del siglo XX. Algo en sus miradas transmitía una mezcla de tristeza y desesperación. Las paredes, cubiertas de papel tapiz desgarrado, mostraban manchas oscuras que parecían haber sido hechas con manos desesperadas.

Subimos al segundo piso, donde las habitaciones estaban en un estado aún peor. Puertas arrancadas de sus bisagras, espejos rotos y objetos esparcidos por todas partes. En una de las habitaciones, encontramos un diario antiguo. Sus páginas, amarillentas y frágiles, contenían las memorias de una mujer llamada Elena.

El diario relataba la vida de Elena y su familia, que había vivido en la casa hace más de cien años. Según sus palabras, la casa había sido un lugar feliz hasta que empezaron a ocurrir sucesos inexplicables. Ruidos en la noche, objetos que se movían solos y la sensación constante de ser observados. La familia, desesperada, había intentado contactar con un médium, pero sin éxito. Finalmente, abandonaron la casa, dejando atrás todos sus recuerdos.

Esa noche, decidimos realizar una sesión de espiritismo para intentar contactar con los espíritus de la casa. Colocamos una mesa en el centro del salón, encendimos velas y nos tomamos de las manos. Laura comenzó a invocar a los espíritus, pidiendo que se manifestaran.

Al principio, no ocurrió nada. Pero de repente, la temperatura de la habitación bajó drásticamente y las velas parpadearon. Un susurro débil llenó el aire, apenas audible pero claramente presente.

—¿Quién está aquí? —preguntó Laura con firmeza.

Una ráfaga de viento recorrió la sala y las páginas del diario de Elena comenzaron a moverse solas. Abrí el libro y vi que se había detenido en una página específica. En ella, Elena describía una noche particularmente aterradora en la que sintió que una presencia maligna intentaba hacerle daño.

De pronto, la habitación se llenó de un aroma a flores marchitas, y una figura translúcida apareció ante nosotros. Era Elena, con una expresión de profunda tristeza en su rostro.

—No estamos solos —dijo—. Hay algo más aquí, algo que no pertenece a este mundo.

Su voz se desvaneció y la figura se disipó en el aire. Sentí un escalofrío recorriendo mi cuerpo. Sabíamos que debíamos continuar nuestra investigación para descubrir qué era esa presencia maligna y cómo podríamos ayudar a Elena y a su familia.

Pasamos los días siguientes investigando la historia de la casa y del terreno. Descubrimos que, antes de que la casa fuera construida, había existido un pequeño orfanato en el lugar. El director del orfanato, un hombre cruel y despiadado, había muerto en circunstancias misteriosas. Se decía que su espíritu nunca había encontrado paz y que su maldad había impregnado el lugar.

Decidimos volver a la casa para realizar un exorcismo y liberar el espíritu maligno. Esa noche, armados con agua bendita, crucifijos y nuestras convicciones, regresamos. El ambiente estaba aún más denso y opresivo que antes.

Iniciamos el ritual en el salón, pronunciando oraciones y rociando agua bendita en cada rincón. De repente, un viento huracanado se levantó dentro de la casa, apagando las velas y arrojándonos al suelo. Una risa siniestra resonó en las paredes, y una sombra oscura se materializó en el centro de la habitación.

Laura y yo nos pusimos de pie, sosteniendo los crucifijos con firmeza. Juntos, comenzamos a recitar las palabras del exorcismo con determinación. La sombra se retorcía y gritaba, luchando contra la luz y las palabras sagradas.

Después de lo que pareció una eternidad, la sombra emitió un último grito ensordecedor y desapareció en una explosión de energía oscura. La casa quedó en silencio, y una sensación de paz llenó el aire.

Esa noche, mientras nos recuperábamos del exorcismo, sentí una presencia amable. Era Elena, quien nos agradeció por liberar a su familia de la maldad que los había atormentado por tanto tiempo. Sabía que ahora, por fin, podrían descansar en paz.

La experiencia en la casa abandonada no solo reforzó nuestra determinación, sino que también nos unió más como equipo. Laura, con su escepticismo inicial, había aprendido a confiar en las experiencias paranormales y en mi intuición. Juntos, nos preparábamos para enfrentar desafíos aún mayores, sabiendo que el camino por delante estaría lleno de sombras y misterios por resolver.

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