- Sinopsis de “Sombras del Más Allá: Crónicas de lo Paranormal”
- Capítulo 1: Sombras del Pasado
- Capítulo 2: El Enigma de la Casa Abandonada
- Capítulo 3: Ecos del Pasado
- Capítulo 4: La Sombra en el Bosque
- Capítulo 5: El Amuleto Maldito
- Capítulo 6: La Casa de las Sombras
- Capítulo 7: El Umbral Prohibido
- Capítulo 8: El Viento Susurra Secretos
- Capítulo 9: La Voz del Viento
- Capítulo 10: Sombras y Luz
- Capítulo 11: El Eco de las Sombras
- Capítulo 12: La Oscuridad Interior
- Capítulo 13: El Precio de la Luz
- Capítulo 14: El Guardián de las Sombras
- Capítulo 15: El Silencio del Sacrificio
- Capítulo 16: El Regreso a la Luz
El viaje desde la casa abandonada hasta nuestro siguiente destino se desarrolló en un silencio tenso. Ambos sabíamos que algo había cambiado, no solo en la dinámica de nuestra relación, sino en la naturaleza de nuestra misión. A medida que nos adentrábamos más en el misterio de los amuletos malditos, era evidente que las sombras que habíamos enfrentado no eran sino el principio de algo mucho más oscuro.
El paisaje se volvía cada vez más árido y desolado mientras nos dirigíamos hacia un pueblo casi olvidado por el tiempo, conocido por los lugareños como El Viento. Habíamos oído rumores de extraños sucesos allí, de desapariciones y fenómenos inexplicables que coincidían con la aparición de un nuevo amuleto. Pero había algo más en este lugar, algo que nos atraía de manera insidiosa, como si las sombras que habíamos combatido nos estuvieran llamando a su verdadera fuente.
—Este lugar tiene mala fama —dijo Laura, rompiendo el silencio mientras nos acercábamos a la entrada del pueblo.
—Sí, lo sé —respondí, sintiendo un nudo en el estómago—. Pero es el siguiente paso. Si lo que hemos oído es cierto, este pueblo podría ser la clave para entender lo que está ocurriendo.
El pueblo de El Viento era un cúmulo de edificios viejos y destartalados, atrapados en una especie de crepúsculo eterno. La luz del día apenas penetraba a través de la densa capa de nubes, y un viento constante susurraba entre las calles vacías, como si estuviera cargado de secretos antiguos.
A medida que caminábamos por la calle principal, la sensación de ser observados se intensificó. Las ventanas oscuras de las casas parecían seguir nuestros movimientos, y aunque no había un alma a la vista, la atmósfera era opresiva, cargada de una presencia que no podíamos ver.
—¿Crees que hay alguien aquí? —preguntó Laura en voz baja, sus ojos recorriendo las sombras a nuestro alrededor.
—No lo sé, pero deberíamos averiguarlo —respondí, manteniéndome alerta.
Nos acercamos a la única tienda que parecía abierta, una pequeña y polvorienta tienda de antigüedades con un cartel descolorido que apenas se sostenía en la pared. Al entrar, un tintineo suave sonó desde la puerta, y un hombre mayor, de aspecto frágil, levantó la vista desde el mostrador.
—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó el hombre, su voz tan desgastada como el mobiliario que lo rodeaba.
Laura y yo intercambiamos una mirada rápida antes de acercarnos al mostrador.
—Estamos buscando información sobre este lugar —dijo Laura, manteniendo un tono amigable—. Hemos escuchado que han ocurrido cosas extrañas aquí, y estamos interesados en saber más.
El hombre nos miró con ojos apagados, pero su expresión no mostró sorpresa. Parecía que ya estaba acostumbrado a la extrañeza que rodeaba el pueblo.
—No sé qué habrán oído, pero este lugar ha estado maldito desde hace mucho tiempo —dijo, entrelazando sus dedos sobre el mostrador—. Algo oscuro reside aquí, algo que los pocos que quedamos evitamos a toda costa.
—¿Algo? —pregunté, tratando de ocultar mi creciente inquietud—. ¿A qué se refiere?
El hombre hizo una pausa, como si estuviera decidiendo cuánto contar. Finalmente, habló en un susurro, como si temiera que alguien o algo más estuviera escuchando.
—Dicen que hace muchos años, un extraño llegó a El Viento. Traía consigo un objeto, un amuleto, y desde entonces, este pueblo ha estado atrapado en un ciclo de desgracias y desapariciones. Nadie ha podido escapar, y aquellos que intentan desafiar la maldición no viven para contarlo.
Laura y yo intercambiamos una mirada tensa. La historia se alineaba demasiado bien con lo que ya sabíamos, pero había algo más en la voz del anciano, algo que no había mencionado.
—¿Y usted? —preguntó Laura—. ¿Por qué sigue aquí? ¿No ha intentado irse?
El anciano soltó una risa amarga. —Irse… Eso no es una opción. El Viento no deja que nadie se marche. Todos estamos atrapados aquí, y así será hasta que el mal que nos acecha sea destruido.
—¿Dónde podemos encontrar ese amuleto? —pregunté, sintiendo la urgencia de descubrir la verdad.
El hombre nos miró fijamente, su rostro sombrío. —Si realmente desean encontrarlo, deben ir al viejo molino, al otro lado del pueblo. Pero les advierto… nadie que haya ido allí ha regresado con vida.
Laura asintió, agradeciéndole por su ayuda. Mientras salíamos de la tienda, el viento se intensificó, soplando con una fuerza que parecía casi sobrenatural. Era como si el mismo pueblo nos estuviera advirtiendo de lo que estaba por venir, pero estábamos decididos a seguir adelante.
El camino hacia el molino estaba rodeado de árboles muertos, sus ramas retorcidas apuntando al cielo como dedos acusadores. A medida que nos acercábamos, el sonido del viento se transformaba en un lamento bajo, como si miles de voces perdidas estuvieran atrapadas en su corriente.
—Este lugar me pone los pelos de punta —murmuró Laura, aferrándose a mi brazo mientras caminábamos.
—Lo sé —respondí, tratando de mantener la calma—. Pero estamos cerca. Solo tenemos que seguir adelante.
El molino apareció de repente ante nosotros, una estructura imponente y deteriorada que parecía desafiar el paso del tiempo. Su gigantesca rueda, ahora inmóvil, se alzaba contra el cielo gris, y las ventanas rotas revelaban una oscuridad interior que parecía devorar la luz.
Nos acercamos con cautela, sabiendo que lo que nos esperaba dentro era más peligroso que cualquier cosa que hubiéramos enfrentado hasta ahora. Laura se detuvo un momento, mirándome con una intensidad que nunca había visto en sus ojos.
—Pase lo que pase ahí dentro, quiero que sepas algo —dijo, su voz temblando ligeramente—. No me arrepiento de haber llegado hasta aquí contigo. Si esto es lo último que hacemos juntos, me alegra que sea contigo.
Sentí un nudo en la garganta, pero no permití que me dominara. —Lo mismo digo, Laura. Pero no será el final. Saldremos de esto, como siempre.
Ella asintió, forzando una sonrisa, y juntos cruzamos el umbral del molino.
El interior era un laberinto de sombras y ruinas. El aire estaba cargado de una energía pesada, casi tangible, que nos ralentizaba a medida que avanzábamos. El sonido del viento había desaparecido, reemplazado por un silencio opresivo que amplificaba cada uno de nuestros pasos.
—Por aquí —dijo Laura, señalando una escalera en espiral que conducía a lo alto del molino.
Subimos con cautela, sintiendo cómo el ambiente se volvía más denso con cada paso. Al llegar a la cima, encontramos una sala circular iluminada solo por la tenue luz que se filtraba a través de las grietas en las paredes. En el centro, sobre una mesa de piedra, yacía un amuleto similar al que habíamos destruido antes, pero este brillaba con una energía oscura y peligrosa.
—Ahí está —murmuró Laura—. Ese es el origen de todo.
Nos acercamos al amuleto, sintiendo cómo su energía pulsaba en el aire. Al igual que antes, sabíamos que teníamos que destruirlo, pero algo en el ambiente nos advertía que esta vez sería diferente.
—Ten cuidado —dije, tomando su mano—. Algo no está bien aquí.
Antes de que pudiera responder, un grito desgarrador resonó en la sala, y de las sombras emergió una figura espectral, un ente de pura oscuridad que se abalanzó sobre nosotros con una velocidad aterradora. Todo sucedió en un instante. El ser oscuro atacó, y antes de que pudiera reaccionar, Laura me empujó fuera del camino, recibiendo el impacto en mi lugar.
—¡No! —grité, viendo cómo la entidad la envolvía en un torbellino de sombras.
Intenté alcanzarla, pero la fuerza del ser era demasiado poderosa. Lo que ocurrió después pasó en un suspiro: Laura dejó escapar un último grito, y en un destello de luz, tanto ella como el ser desaparecieron, dejando solo el amuleto en el centro de la sala.
Me quedé allí, en silencio, paralizado por la incredulidad y el dolor. Laura se había ido, había sacrificado su vida para salvarme, y yo no había podido hacer nada para detenerlo.
Caí de rodillas, el mundo a mi alrededor desmoronándose en un abismo de desesperación. Pero en ese momento, cuando todo parecía perdido, sentí una leve brisa que rozó mi rostro, como una caricia, y una voz susurró en mi oído, una voz que reconocería en cualquier lugar.
—No te rindas… aún no ha terminado.
Era la voz de Laura, un eco que parecía provenir de más allá de este mundo. Supe en ese instante que ella seguía allí, de alguna manera, y que no todo estaba perdido.
Me levanté, decidido a seguir adelante. Sabía que debía destruir el amuleto, pero también sabía que no podía hacerlo solo. Laura, aunque no estuviera físicamente conmigo, seguía siendo mi fuerza, mi guía en la oscuridad.
Con un esfuerzo titánico, levanté una roca y la lancé sobre el amuleto. El objeto se rompió en mil pedazos, y al instante, la energía oscura que impregnaba el molino se disipó, dejando un vacío silencioso.
Pero no había terminado. Sabía que tenía que seguir, que la historia no podía concluir con la pérdida de Laura. De alguna manera, sentía que nuestro vínculo aún no se había roto por completo, y que lo que habíamos comenzado juntos no podía acabar de esa forma.
Salí del molino, la cabeza baja, el corazón cargado de dolor, pero con una chispa de esperanza encendida en mi interior. El viento seguía susurrando secretos, y aunque ahora parecía más suave, más tranquilo, sabía que había más cosas que descubrir, más verdades ocultas que desvelar.
Y mientras caminaba por el camino solitario de regreso al pueblo, sentí su presencia junto a mí, un recordatorio de que, aunque las sombras puedan ser poderosas, la luz del vínculo que compartimos nunca se apagará por completo. Aún no sabía cómo, pero de alguna manera, sabía que volveríamos a encontrarnos, de alguna forma, en algún lugar, más allá de la oscuridad.
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