- Sinopsis de “Sombras del Más Allá: Crónicas de lo Paranormal”
- Capítulo 1: Sombras del Pasado
- Capítulo 2: El Enigma de la Casa Abandonada
- Capítulo 3: Ecos del Pasado
- Capítulo 4: La Sombra en el Bosque
- Capítulo 5: El Amuleto Maldito
- Capítulo 6: La Casa de las Sombras
- Capítulo 7: El Umbral Prohibido
- Capítulo 8: El Viento Susurra Secretos
- Capítulo 9: La Voz del Viento
- Capítulo 10: Sombras y Luz
- Capítulo 11: El Eco de las Sombras
- Capítulo 12: La Oscuridad Interior
- Capítulo 13: El Precio de la Luz
- Capítulo 14: El Guardián de las Sombras
- Capítulo 15: El Silencio del Sacrificio
- Capítulo 16: El Regreso a la Luz
Tras la agotadora lucha en el lago helado, sentía el peso del cansancio físico y emocional acumulado en mi cuerpo. Laura parecía haberse desvanecido en un susurro lejano, y la conexión que tanto me había sostenido hasta ahora se hacía cada vez más tenue, como si ella también estuviera luchando desde algún lugar que no podía alcanzar. Necesitaba descansar, encontrar algo de claridad. Pero no tenía tiempo para detenerme demasiado: la oscuridad seguía viva dentro de mí, persistente, exigiendo ser comprendida o liberada de alguna manera.
Llegué a un pueblo pequeño, prácticamente abandonado, con apenas una docena de edificios que parecían desgastados por el paso del tiempo. Las ventanas de las casas estaban vacías, sin luces, sin señales de vida. A pesar de la calma que reinaba en el ambiente, el lugar tenía algo que inquietaba, como si hubiera presenciado sucesos que no debían ser recordados. Era imposible ignorar la sensación de inquietud que me invadía. El silencio era absoluto: no había viento, ni el sonido habitual de la naturaleza; solo un vacío que llenaba el aire.
El misterio del pueblo
Agotado y con los sentidos alerta, decidí quedarme en la posada del pueblo. No tenía otra opción. La fatiga me vencía, y mis pensamientos estaban demasiado dispersos para pensar en un plan concreto. El edificio era viejo, pero en algún momento reciente había sido habitado. Las marcas de actividad, muebles polvorientos y unas pocas huellas en el suelo indicaban que alguien había estado allí no hacía tanto tiempo, pero cuando llamé, no hubo respuesta.
A medida que exploraba el lugar, la sensación de desasosiego crecía. El pueblo estaba vacío de una manera inquietante. Era como si sus habitantes hubieran desaparecido sin previo aviso, dejando detrás una vida cotidiana a medio terminar. Encontré habitaciones con mesas puestas para la cena, pero la comida estaba estropeada, y los relojes de pared, detenidos en un mismo momento, me sugerían que algo había roto el flujo normal del tiempo y la vida en este lugar.
Lo que más llamó mi atención fue el descubrimiento de un libro extraño en una de las habitaciones. La cubierta parecía hecha de un material muy antiguo, y al abrirlo, vi símbolos tallados en sus páginas, símbolos que no reconocía. Aunque el libro no me inspiraba confianza, algo en él despertaba mi curiosidad. Sabía que no era un objeto cualquiera; había una energía en él, algo que parecía estar esperando.
Lo sobrecogedor: el sonido
Esa noche, el silencio del pueblo se convirtió en un compañero inquietante. Justo cuando comenzaba a conciliar el sueño, empecé a escuchar golpes suaves, como si alguien estuviera golpeando suavemente desde las paredes o desde lo profundo del suelo. Al principio pensé que era mi imaginación, pero el sonido persistía. Era constante, como un eco suave que iba ganando fuerza poco a poco.
Me levanté de la cama, recorriendo la habitación en busca de su origen, pero no encontré nada que lo explicara. El sonido no venía de un lugar específico, sino que parecía resonar en todo el espacio a la vez. Lo más perturbador fue cuando el golpeteo cambió de lugar: comenzó a sonar desde dentro de mí. Era como si algo, desde mi pecho, intentara abrirse paso hacia afuera.
Respiré hondo, tratando de calmarme, pero sentía que el latido del sonido se sincronizaba con los latidos de mi corazón. Era extraño, inquietante, pero no aterrador en un sentido directo. Era más bien una sensación de incomodidad que crecía en mí. Me miré en el espejo y, por un segundo, sentí que mi piel no era completamente mía. Era una sensación pasajera, como si algo estuviera fuera de lugar, pero intenté desechar la idea rápidamente. Quizás mi fatiga y todo lo que había pasado en los días recientes estaban afectando mi juicio.
La revelación del sótano
Decidí continuar explorando el pueblo. El golpeteo en mi pecho no me dejaba concentrar, y mientras caminaba por las calles, empezaba a sentir una presencia aún más extraña. En algunas ocasiones, creía ver algo por el rabillo del ojo, como figuras que se desvanecían antes de que pudiera enfocarlas por completo. Ecos de lo que había sido el pueblo, imágenes fugaces de sus antiguos habitantes.
Finalmente, llegué al sótano de la posada, donde algo en el aire me decía que debía buscar respuestas. Allí, debajo de unas tablas viejas del suelo, encontré lo que parecía ser una antigua sala. Había símbolos similares a los del libro grabados en las paredes, pero estaban desgastados por el tiempo. En el centro, una mesa de piedra mostraba señales de haber sido utilizada para algo ritualístico, con marcas de lo que parecían haber sido antiguos sacrificios.
El aire en ese sótano estaba más frío, y una extraña sensación me recorrió el cuerpo. No era tanto miedo como una sensación de malestar, de que algo se había salido de control aquí. El libro que había encontrado antes estaba en mis manos, aunque no recordaba haberlo recogido. Lo abrí nuevamente, y las páginas parecían más pesadas esta vez, como si las palabras en ellas cargaran un significado que no terminaba de comprender.
De repente, todo encajó: las personas en el pueblo no habían desaparecido simplemente. Habían sido víctimas de algo que habían despertado. Algo antiguo, algo que estaba conectado con el libro y con lo que sentía dentro de mí.
El desenlace
Mientras intentaba leer las páginas del libro, tratando de encontrar una forma de entender lo que estaba pasando, el golpeteo en mi pecho se volvió más rápido, más insistente. Y entonces, sucedió algo que no esperaba: el sonido no solo provenía de dentro de mí. Venía también de las paredes, del suelo y del techo, como si todo el pueblo estuviera resonando con ese mismo ritmo.
Miré a mi alrededor, y algo que antes solo había sido una sensación se materializó frente a mí: las figuras que había creído ver por el rabillo del ojo empezaron a cobrar forma. Los antiguos habitantes del pueblo parecían surgir lentamente del suelo, sus cuerpos deformados, pero no como fantasmas, sino como si fueran ecos atrapados entre dos realidades.
Supe en ese instante que había más en juego de lo que imaginaba. Yo era la última pieza del sacrificio, y todo lo que había descubierto, lo que estaba creciendo dentro de mí, me había traído a este momento.
Los habitantes que surgían del suelo no parecían agresivos al principio, pero sus movimientos eran lentos, como si algo les impidiera avanzar. Eran sombras de lo que habían sido, atrapados en un limbo que yo apenas empezaba a comprender. Sus rostros, vagamente reconocibles, estaban distorsionados, como si hubieran intentado huir de algo antes de quedar atrapados en este estado. La sensación de malestar en mi pecho creció, y lo entendí todo de golpe: habían sido víctimas de un ritual inacabado, y ahora me reclamaban para completarlo.
El latido dentro de mí y el que resonaba en las paredes se hicieron uno. Era como si el pueblo entero estuviera pulsando al mismo ritmo que mi corazón. Sabía que si no hacía algo pronto, terminaría como ellos, atrapado entre la vida y la muerte, con algo oscuro creciendo dentro de mí.
Me concentré en el libro que todavía tenía en las manos, buscando una respuesta entre sus páginas. Sabía que el libro era la clave, pero cuanto más lo leía, más confusas se volvían las palabras. Las líneas parecían distorsionarse frente a mis ojos, como si no estuvieran destinadas a ser comprendidas por alguien como yo.
Mientras intentaba mantener la calma, los susurros empezaron a llenar la sala. Al principio, eran suaves, apenas audibles, pero poco a poco se hicieron más fuertes, más urgentes. Los ecos de las voces que antes habitaban el pueblo parecían llamarme desde más allá, pidiéndome que los liberara. Pidiéndome que completara lo que ellos habían empezado.
Sentí el pánico trepar por mi espalda. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo podía detener algo que ni siquiera comprendía del todo?
El enfrentamiento con la verdad
En ese momento, una de las figuras —un hombre alto, con la piel cenicienta y los ojos hundidos— se adelantó más que los demás. Su mirada estaba fija en mí, y aunque su boca no se movía, una voz resonó en mi cabeza.
—Tú… eres la última pieza.
Sentí un escalofrío. Sabía que se refería al sacrificio que había quedado a medio camino. Los antiguos habitantes de este pueblo habían despertado algo, algo que requería más de ellos de lo que podían darle, y ahora, de alguna manera, yo había sido elegido para terminar lo que ellos no pudieron.
El hombre levantó una mano, señalándome directamente. Aunque su cuerpo estaba deformado, algo en su mirada aún conservaba un atisbo de humanidad. Como si, en el fondo, él también quisiera liberarse de esta maldición. Las otras figuras lo siguieron, moviéndose lentamente hacia mí, sus cuerpos parecían estar hechos de niebla sólida, de algo que existía entre lo real y lo irreal.
El latido en mi pecho volvió a hacerse presente, más fuerte que antes, casi doloroso. Sentí que algo dentro de mí quería escapar, pero no era algo físico. Era una fuerza que no reconocía como propia, una energía que no sabía cómo controlar.
Desesperado, comencé a recitar los símbolos del libro, las palabras que había leído momentos antes y que, aunque incomprensibles, parecían estar destinadas a este preciso momento. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero no tenía otra opción.
Las palabras salían torpes de mi boca, pero las figuras se detuvieron de repente. Algo en el ambiente cambió; la presión en el aire pareció suavizarse, y por un instante, pensé que el ritual podría haber terminado. Pero la sensación de alivio duró solo un segundo.
El hombre ceniciento volvió a avanzar, esta vez más rápido. Los otros le siguieron, sus movimientos más decididos. No era suficiente. Algo más debía hacerse, algo que no estaba en el libro.
Un recuerdo de Laura
Fue entonces cuando, en medio del caos, recordé a Laura. Su voz, sus advertencias, todo lo que había hecho por guiarme hasta este punto. Su sacrificio no había sido en vano. Sabía que, de alguna manera, ella seguía conectada a lo que estaba sucediendo. Cerré los ojos un segundo, tratando de sentir su presencia, de recordar su fuerza.
Y entonces lo sentí: una leve caricia en el viento, como un susurro que me recorría la piel. Era la misma sensación que había sentido antes, la certeza de que Laura, aunque ya no estaba físicamente conmigo, aún me acompañaba de alguna forma.
Abrí los ojos, y aunque el miedo seguía presente, algo había cambiado. No estaba solo. Las figuras que avanzaban hacia mí eran sombras del pasado, pero yo tenía algo que ellos no: una conexión más fuerte, una fuerza que no estaba en los símbolos del libro ni en los ecos del pueblo. Era algo que venía de dentro, algo que Laura me había dejado.
La decisión
Supe en ese instante lo que debía hacer. Cerré el libro con fuerza y lo coloqué sobre la mesa de piedra. Las palabras que había leído no eran la solución; el libro no era el camino. Me alejé lentamente de él, mientras las figuras se acercaban cada vez más. Sabía que tenía que confiar en lo que había dentro de mí, en lo que había aprendido a lo largo del camino.
El latido en mi pecho seguía fuerte, insistente, pero ya no lo temía. Era una señal de que la oscuridad dentro de mí también podía ser usada a mi favor. No tenía que completarse el sacrificio si yo no lo permitía.
—No me controlan —dije en voz baja, pero firme.
El hombre ceniciento se detuvo a solo unos pasos de mí. Sus ojos vacíos parecían examinarme, como si intentara comprender lo que estaba haciendo. Las otras figuras también se detuvieron, expectantes.
Sin apartar la mirada, di un paso adelante, enfrentándoles. No iba a ser parte de ese ritual. Yo no era la última pieza.
El final de la prueba
El aire en la sala cambió de nuevo, esta vez de forma más drástica. Las figuras comenzaron a retroceder, sus cuerpos desvaneciéndose lentamente en la niebla que se arremolinaba a su alrededor. Sentí un alivio profundo mientras desaparecían, como si el peso que había cargado dentro de mí se disolviera junto con ellas.
Sabía que había sido una prueba, una en la que no solo enfrenté lo que estaba fuera de mí, sino lo que estaba creciendo dentro de mí. El ritual no había sido completado, y yo había conseguido detenerlo. El sacrificio no iba a tener lugar.
Cuando las últimas figuras desaparecieron, el silencio volvió a llenar la sala. Un silencio más suave esta vez, menos opresivo. El libro seguía allí, pero ya no lo sentía como una amenaza. Había superado lo que me había traído hasta este lugar, y aunque la oscuridad seguía existiendo dentro de mí, ahora sabía cómo controlarla.
Al salir de la posada, respiré hondo, el aire frío del exterior llenándome de una calma renovada. El viento soplaba con suavidad, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que el camino que tenía por delante era mío.
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