Capítulo 10: Sombras y Luz

Esta entrada es la parte 11 de 17 de la serie Sombras del Más Allá: Crónicas de lo Paranormal
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El pueblo de El Viento, que había sido durante tanto tiempo un lugar de oscuridad y secretos, parecía ahora más tranquilo, aunque aún respiraba una melancolía que impregnaba sus calles desiertas. Después de lo que sucedió en el molino, sabía que nunca podría ver el mundo de la misma manera. Laura, mi compañera en la vida y en la muerte, había roto las barreras entre lo conocido y lo desconocido, y aunque no estaba físicamente a mi lado, podía sentir su presencia en cada susurro del viento, en cada sombra que danzaba en los bordes de mi visión.

Pero ahora, la calma solo era aparente. La puerta entre los mundos había sido sellada, sí, pero algo había cambiado en mí desde que la vi desaparecer por segunda vez. Sabía que mi misión no había terminado. El legado de los amuletos malditos no había sido erradicado, y el mundo seguía plagado de peligrosos secretos que amenazaban con salir a la superficie. Lo peor estaba por llegar, y yo era el único que podía detenerlo.

Volví a la tienda de antigüedades del anciano, buscando respuestas, aunque no sabía bien qué más esperar. El hombre, con su mirada sabia y resignada, me recibió de nuevo sin decir una palabra, como si ya supiera lo que había pasado.

—Lo siento —dije en un susurro, sintiendo el peso de mis propias palabras—. Hice todo lo que pude, pero no pude traerla de vuelta.

El anciano me observó durante un largo rato antes de hablar, su voz tan suave como el viento que ahora barría las calles.

—A veces, los que amamos nunca se van del todo —dijo, sus palabras cargadas de un significado más profundo—. No siempre en la forma en la que esperamos, pero el amor que sentimos no se desvanece con la muerte. Persiste, igual que las sombras. Y a veces, incluso, pueden salvarnos.

Sentí un nudo en la garganta. Quería aferrarme a la esperanza de que lo que decía era cierto, pero al mismo tiempo, sabía que tenía que seguir adelante. Había más en juego de lo que jamás habría imaginado.

—¿Qué sigue? —pregunté, con el corazón latiéndome en la garganta. Había algo más, lo sentía.

El anciano se giró lentamente, buscando entre las estanterías llenas de polvo, y sacó un objeto envuelto en un paño viejo. Al abrirlo, me mostró un mapa antiguo, con símbolos y marcas que no reconocía.

—Este es el mapa de los lugares donde los amuletos malditos aún existen —dijo—. Has sellado uno, pero hay más. Muchos más. Cada uno de estos amuletos guarda un poder oscuro, y si caen en las manos equivocadas, podrían desatar algo mucho peor que lo que enfrentaste en el molino.

Extendió el mapa sobre el mostrador, sus dedos arrugados trazando las líneas con cuidado.

—Tu viaje aún no ha terminado. Si quieres poner fin a esta amenaza de una vez por todas, debes encontrar y destruir los otros amuletos. Pero ten cuidado… no estarás solo.

Su advertencia me recorrió como un escalofrío. No entendía del todo lo que quería decir con “no estarás solo”, pero la idea de que otros pudieran estar buscándolos, o incluso protegiéndolos, no me dejaba tranquilo.

—Y hay una cosa más —añadió el anciano, su tono aún más grave—. El último amuleto es el más poderoso de todos, y la única forma de destruirlo será enfrentándote a la fuente misma de este mal. No será una batalla física, sino una lucha por tu alma. Y si no estás preparado, podrías perderlo todo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Sabía que no podía dar marcha atrás, pero las palabras del anciano me habían dejado más inquieto de lo que quería admitir. No era solo una cuestión de destruir objetos malditos; era un viaje hacia lo más profundo de mi ser, hacia la oscuridad que acecha en todos nosotros.

—Estoy listo —respondí finalmente, aunque la verdad era que no estaba seguro de si alguna vez lo estaría.

El anciano asintió, guardando el mapa en un estuche de cuero antes de entregármelo. —Ten cuidado en tu viaje —dijo—. Y recuerda que no importa cuán oscuras se vuelvan las sombras, siempre hay luz en algún lugar. La clave está en no dejar que la oscuridad te consuma.

Salí de la tienda sintiendo el peso del mapa en mi mochila, como si llevara el destino del mundo en mis hombros. Había prometido a Laura que seguiría adelante, y lo haría. Pero ahora, con la nueva misión que se presentaba ante mí, todo parecía más incierto que nunca.

Al anochecer, me dirigí hacia la primera ubicación marcada en el mapa. Era un antiguo monasterio abandonado en lo alto de una montaña, un lugar que, según las leyendas locales, había sido el hogar de monjes que practicaban rituales oscuros hace siglos. El viento soplaba con fuerza mientras avanzaba por el sendero empinado, cada paso llenándome de una mezcla de determinación y ansiedad.

El monasterio, que alguna vez debió haber sido majestuoso, ahora era solo una sombra de lo que fue. Sus muros estaban cubiertos de hiedra, y sus torres, derruidas por el tiempo, se alzaban como dedos huesudos hacia el cielo estrellado. Sentí el familiar escalofrío de que no estaba solo. Pero esta vez, la presencia que sentía no era hostil.

De repente, el viento cambió de dirección, y una figura conocida apareció ante mí, flotando entre las sombras.

—Laura… —murmuré, mi corazón latiendo con fuerza.

Era ella. No en cuerpo, pero su presencia era inconfundible. Su silueta estaba envuelta en un suave resplandor, y aunque su rostro estaba cubierto por la penumbra, sus ojos brillaban con una luz cálida.

—Te dije que no estarías solo —dijo suavemente, su voz tan familiar que me dolió el alma—. No he dejado de estar a tu lado.

Quería alcanzarla, tocarla, sentirla de nuevo, pero sabía que no podía. No de la forma en que había imaginado. Aun así, su aparición me dio fuerzas, me recordó que aunque la oscuridad me rodeaba, siempre habría algo de luz para guiarme.

—No puedo quedarme —continuó Laura, su voz apagándose como el eco de una melodía lejana—. Pero no olvides lo que hemos compartido, lo que hemos superado. Te ayudaré cuando más lo necesites, pero tú debes ser fuerte. Este camino es peligroso, y la verdadera batalla aún está por llegar.

—Laura, no te vayas… —intenté decir, pero mi voz se quebró. Ella me sonrió con una tristeza que me rompió el corazón.

—Nos volveremos a encontrar —susurró—. Pero por ahora, sigue adelante. Termina lo que hemos empezado.

Y con esas palabras, su figura se desvaneció en el aire, dejando solo el susurro del viento y el frío de la noche a mi alrededor. Pero esta vez, en lugar de sentir el vacío, sentí una nueva resolución. Sabía que la batalla final sería la más difícil, pero también sabía que no estaba completamente solo.

A lo lejos, el monasterio se alzaba ante mí como un símbolo de lo que estaba por venir. Sabía que cada paso me acercaba más a la verdad, y a la última confrontación que definiría no solo mi destino, sino el de muchos otros.

El viento, suave y constante, seguía susurrando secretos en mis oídos, y yo, con el corazón cargado de recuerdos y promesas, seguí adelante, listo para enfrentar lo que fuera necesario, sabiendo que, en algún lugar más allá de las sombras, Laura siempre estaría conmigo.

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