Capítulo 8: La Segunda Llave

Esta entrada es la parte 9 de 16 de la serie El Espejo de los Secretos
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El descubrimiento de la segunda llave lo cambió todo. Roberto, con el corazón aún latiendo con fuerza, sabía que lo que había hecho hasta ahora —el ritual, la destrucción del espejo— no había sido suficiente. El Guardián seguía ahí, acechando entre las sombras, esperando el momento de cruzar al mundo real. La sensación de que algo más oscuro y peligroso estaba por venir se cernía sobre él como una amenaza constante.

Las páginas del diario, abiertas frente a él, revelaban el propósito de la segunda llave. Esta no era como la primera, que había servido para liberar a las almas atrapadas en el espejo. No, esta llave era la única herramienta capaz de sellar al Guardián en su propio reino, para evitar que cruzara al mundo de los vivos. Roberto recordó las palabras críticas del diario: “Donde el alma y el reflejo se cruzan, allí encontrarás el camino”.

Pero, ¿dónde se cruzaban el alma y el reflejo? La respuesta estaba en los espejos. Siempre habían estado en los espejos. Los espejos no solo reflejaban la realidad; Eran portales, ventanas hacia algo más, hacia un lugar al que nunca debía tener acceso.

El aire en la casa era más denso ahora. Las sombras que le habían estado acechando en los rincones parecían haber cobrado vida. Cada paso que daba estaba acompañado por un susurro bajo, un crujido lejano, como si el Guardián estuviera observándole a cada momento. Roberto sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Sabía que tenía que actuar rápido.

Con la pequeña llave apretada en su mano, se dirigió hacia las escaleras. Pensó en los espejos de la casa. Había roto el del desván, pero había otro que seguía intacto, uno que había pasado por alto: el espejo en la habitación de su madre.

Subió las escaleras con pasos lentos y pesados. A cada crujido bajo sus pies, su mente repetía la misma advertencia: “Donde el alma y el reflejo se cruzan”. Sabía que la respuesta estaba en ese espejo, en el pequeño espejo ovalado que colgaba en la pared junto al armario. ¿Sería ese el lugar donde el alma y el reflejo se encontrarían por última vez?

Al llegar a la puerta del dormitorio, una ola de nostalgia le invadió. Esa habitación había sido un santuario para él cuando era niño, un lugar donde su madre le consolaba cuando las sombras le aterraban. Pero ahora, ese mismo lugar tenía una atmósfera diferente. La puerta, que había permanecido cerrada desde la muerte de su madre, parecía más pesada, como si algo detrás de ella le estuviera esperando.

Con un suave empujón, abrió la puerta. El interior del dormitorio estaba en silencio, cubierto por una fina capa de polvo. Las cortinas, pesadas y opacas, colgaban inmóviles sobre la ventana cerrada. La cama, perfectamente hecha, parecía no haber sido tocada en años. Y allí, en la pared junto al armario, colgaba el pequeño espejo ovalado.

Roberto avanzó hacia el espejo, sintiendo cómo la presión en el aire aumentaba con cada paso. Algo estaba mal. Las luces de la casa comenzaron a parpadear, y el susurro que había estado escuchando en el fondo de su mente se intensificó. Era como si el Guardián estuviera cerca, muy cerca.

Se paró frente al espejo y vio su propio reflejo. Pero algo no estaba bien. El reflejo de Roberto era distorsionado, torcido de una manera sutil, como si no fuera del todo real. Sus ojos parecían más oscuros, su rostro más pálido, y una sombra inquietante se movía en el fondo del espejo, aunque no había nada detrás de él en la habitación.

El Guardián estaba en el espejo.

Roberto sintió cómo su corazón se aceleraba, pero sabía que no podía apartar la vista. La figura oscura en el reflejo no era simplemente una manifestación de su miedo. Era real. Estaba ahí, observándole, esperando el momento para cruzar.

Con manos temblorosas, Roberto recorrió el marco del espejo con los dedos, buscando algo que le indicara cómo usar la segunda llave. Y entonces, lo encontró: una pequeña ranura oculta en la parte inferior del marco, casi invisible a simple vista. La llave encajaba perfectamente en esa ranura.

Pero antes de girarla, Roberto dudó. Las advertencias del diario eran claras: usar la llave en el momento equivocado podría ser desastroso. Pero no había tiempo para dudar más. Sabía que si no actuaba ahora, el Guardián lograría cruzar al mundo real.

Con un profundo suspiro, Roberto giró la llave.

El espejo vibró de inmediato, emitiendo un sonido agudo, como el chirrido de vidrio al romperse. La superficie del espejo comenzó a ondular, y el reflejo de Roberto se distorsionó aún más, como si estuviera siendo absorbido por algo desde el otro lado. Las luces parpadearon con más intensidad, y un viento frío, que no podía provenir de ninguna ventana abierta, atravesó la habitación. Era el Guardián.

Las sombras en el espejo comenzaron a agitarse violentamente, como si algo dentro del cristal estuviera luchando por liberarse. La figura oscura, ahora más clara, intentaba cruzar, estirando lo que parecían ser sus brazos hacia Roberto. La presión en el aire era insoportable. El Guardián estaba muy cerca de romper la barrera.

Roberto dio un paso atrás, pero no podía apartarse del todo. Sabía que si dejaba de sostener la llave, todo se perdería. La segunda llave brillaba intensamente en la ranura del marco, y con un último esfuerzo de voluntad, Roberto la empujó más fuerte, como si eso pudiera acelerar el proceso.

El espejo emitía un sonido de grietas que se extendían rápidamente. Las sombras comenzaron a retroceder, arrastradas hacia el interior del cristal, como si una fuerza poderosa las estuviera succionando de vuelta al otro lado. El Guardián, ahora claramente visible, luchaba por mantenerse en el mundo real, pero la luz de la llave le estaba empujando de vuelta.

En un último estallido de energía, el espejo se rompió. Los fragmentos cayeron al suelo, y el aire en la habitación se calmó de inmediato. Las sombras se desvanecieron, y el Guardián, esa presencia oscura que había estado acechando a Roberto, desapareció.

Roberto se dejó caer de rodillas, agotado. Todo había terminado. O al menos eso creía.

El silencio en la habitación era absoluto, roto solo por el sonido de su respiración entrecortada. Se sentía aliviado, pero había algo más en el aire. Una sensación de que algo aún no estaba del todo bien. Y entonces lo sintió: una presencia detrás de él.

Roberto se giró lentamente, con el corazón en la garganta. Pero lo que vio no era una sombra ni una figura aterradora. Era su madre.

Ella estaba allí, de pie en la penumbra de la habitación, con una expresión tranquila en su rostro. No habló, pero su presencia era clara, tangible. Sus ojos le observaban con una mezcla de tristeza y alivio. Roberto sintió que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. Su madre había estado con él todo el tiempo.

Ella avanzaba lentamente, como si quisiera decirle que había hecho lo correcto, que había completado lo que ella no había podido. Pero en su mirada también había algo más, algo que Roberto no podía descifrar del todo. Una advertencia silenciosa.

Y entonces, sin decir una palabra, su madre desapareció, dejando solo el vacío y el silencio en la habitación.

Roberto quedó allí, de rodillas, mirando los fragmentos rotos del espejo. Había sellado al Guardián, pero en su interior sabía que la oscuridad que había enfrentado dejaría una huella profunda. Aunque la amenaza inmediata había sido contenida, el eco de ese enfrentamiento lo acompañaría para siempre.

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