- Sinopsis de “Sombras del Más Allá: Crónicas de lo Paranormal”
- Capítulo 1: Sombras del Pasado
- Capítulo 2: El Enigma de la Casa Abandonada
- Capítulo 3: Ecos del Pasado
- Capítulo 4: La Sombra en el Bosque
- Capítulo 5: El Amuleto Maldito
- Capítulo 6: La Casa de las Sombras
- Capítulo 7: El Umbral Prohibido
- Capítulo 8: El Viento Susurra Secretos
- Capítulo 9: La Voz del Viento
- Capítulo 10: Sombras y Luz
- Capítulo 11: El Eco de las Sombras
- Capítulo 12: La Oscuridad Interior
- Capítulo 13: El Precio de la Luz
- Capítulo 14: El Guardián de las Sombras
- Capítulo 15: El Silencio del Sacrificio
- Capítulo 16: El Regreso a la Luz
El monasterio se alzaba imponente bajo la luz tenue de la luna, una sombra de su antiguo esplendor. Las piedras erosionadas por el tiempo contaban historias olvidadas, y las ventanas rotas dejaban pasar un viento frío que susurraba con secretos ancestrales. Aunque me encontraba solo en medio de esa vastedad silenciosa, la sensación de compañía era innegable. Laura no estaba conmigo básicamente, pero su presencia seguía resonando en mi corazón y en el viento que soplaba a mi alrededor.
Avancé lentamente hacia la entrada principal, el crujido de la gravilla bajo mis pies rompiendo la quietud. El aire era más denso en este lugar, cargado de una energía extraña que parecía emanar de las mismas piedras. Mientras me acercaba a la puerta del monasterio, sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Sabía que dentro de esos muros se encontraba el siguiente amuleto, y con él, una oscuridad que no había enfrentado antes.
Las puertas de madera se abrieron con un chirrido que resonó en los pasillos vacíos. El interior estaba cubierto de polvo y telarañas, como si el lugar hubiera sido abandonado hace siglos. A cada paso, la atmósfera se volvía más pesada, y el eco de mis propios movimientos parecía multiplicarse, rebotando entre las paredes de piedra.
El amuleto estaba aquí. Lo sabía. Lo sentí como una presión constante en mi pecho, una energía opresiva que me indicaba que estaba cerca. Pero, al mismo tiempo, sentí otra cosa, una advertencia, una sensación de peligro inminente que me hacía dudar. Miré a mi alrededor, buscando signos de vida, pero el monasterio estaba vacío, al menos, en apariencia.
De repente, un murmullo comenzó a resonar en las paredes. Al principio era apenas perceptible, como un susurro en la distancia, pero se fue intensificando, rodeándome, haciéndose más claro a medida que avanzaba por los pasillos del antiguo edificio.
—No estás solo… —decían las voces, susurrando desde las sombras.
Mi respiración se aceleró, y un escalofrío recorrió mi piel. Sabía que esas palabras no provenían de Laura, ni de ninguna presencia benévola. Eran las voces de algo más oscuro, algo que había estado esperando mi llegada. Las sombras parecían moverse a mi alrededor, como si el lugar mismo estuviera observándome.
— ¿Qué es esto? —murmuré, tratando de mantener la calma, pero mis manos temblaban ligeramente.
Las sombras, que hasta ahora habían sido solo un telón de fondo, comenzaron a cobrar una forma más definida, alargándose en las esquinas de la habitación. De las paredes emergieron figuras espectrales, sombras de monjes que habían vivido y muerto en este monasterio hace siglos. Sus rostros estaban ocultos bajo capuchas raídas, y sus manos esqueléticas se extendían hacia mí, como si trataran de advertirme o detenerme.
Di un paso atrás, pero una fuerza invisible me empujó hacia adelante, obligándome a continuar. Sabía que no podía escapar de este lugar sin enfrentar lo que me guardaba al final del pasillo. Las sombras no desaparecerían, no sin una lucha.
A medida que avanzaba, el murmullo de las voces se intensificaba. Ahora podía distinguir palabras aisladas: “sacrificio”, “maldición”, “poder”. Cada paso que daba me acercaba más al corazón del monasterio, donde la oscuridad era más densa y la energía del amuleto era más fuerte.
Finalmente, llegué a una gran sala circular, el antiguo sancta sanctorum del monasterio. En el centro de la sala, sobre un pedestal de piedra, descansaba el amuleto. Brillaba débilmente con un resplandor azulado, pero había algo más que luz en él. Había una sensación de vacío, de desesperación atrapada en su interior, como si cada alma que hubiera muerto en este lugar estuviera encerrada en ese pequeño objeto.
Me acerqué al amuleto, sintiendo cómo la energía que irradiaba me empujaba hacia atrás. Sabía que tenía que destruirlo, pero no era tan simple como antes. Este no era un amuleto ordinario. Este era el corazón del mal que había estado acechando el monasterio durante siglos.
—No lo hagas —susurraron las sombras a mi alrededor—. No sabes lo que desatarás.
Ignore sus advertencias. No había vuelta atrás.
Levanté el frasco de polvo que el anciano me había dado, listo para completar el ritual y destruir el amuleto, cuando de repente sentí una mano helada en mi hombro. Giré la cabeza bruscamente, esperando ver una sombra o un espíritu, pero lo que vi me dejó sin aliento.
Laura.
Estaba allí, mirándome con la misma expresión que había tenido la última vez que la vi. Pero algo estaba mal. Su rostro estaba pálido, y sus ojos no tenían el brillo cálido que recordaba. Había una tristeza infinita en su mirada, como si estuviera atrapada entre dos mundos.
—Por favor… no lo destruyas —dijo en un susurro.
Mi corazón latía con fuerza. No entendía lo que estaba viendo. ¿Era realmente Laura? ¿O era otra ilusión, otra trampa del amuleto?
—¿Laura? —pregunté, sin atreverme a acercarme más—. ¿Eres tú?
Ella se movió lentamente, pero algo en sus movimientos no era natural. Sentí una presión en mi pecho, una mezcla de esperanza y terror. Si era Laura, entonces ella había regresado, pero… ¿a qué costo?
—No puedes destruir el amuleto —insistió—. Si lo haces, desapareceré para siempre.
Las palabras me golpearon como una avalancha. Mi mente luchaba por comprender lo que estaba sucediendo. Si destruía el amuleto, Laura se iría para siempre. Pero si no lo hacía, el mal que emanaba de él seguiría creciendo, consumiendo todo a su paso.
—Tienes que elegir —dijo ella, su voz temblando—. O yo, o el mundo.
El silencio en la sala era ensordecedor. Las sombras a mi alrededor esperaban mi decisión, como si supieran que no había respuesta correcta. Sabía lo que debía hacer, pero cada fibra de mi ser se resistía.
Me acerqué a Laura, tomando su mano fría entre las mías. Sentí una lágrima rodar por mi mejilla.
—Lo siento… —dije en voz baja—. Pero tengo que salvarles a todos.
El rostro de Laura se llenó de tristeza, pero se acercó, comprendiendo lo que debía hacerse. Sabía que estaba tomando la decisión correcta, pero eso no hacía que doliera menos.
Con un movimiento decidido, vertí el polvo sobre el amuleto, y un resplandor cegador llenó la sala. Las sombras se retorcieron y gritaron, y el aire se llenó de un estruendo ensordecedor. El amuleto se rompió en mil pedazos, y con él, el mal que había enraizado en el monasterio comenzó a disiparse.
Cuando la luz se desvaneció, me encontré solo. Laura ya no estaba, y el silencio que quedó fue aplastante. Me arrodillé en el suelo, exhausto y abatido, sabiendo que la había perdido para siempre.
El viento volvió a soplar a través de las ruinas del monasterio, pero esta vez, su susurro era más suave, casi como una canción de despedida.
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