- Sinopsis de “Sombras del Más Allá: Crónicas de lo Paranormal”
- Capítulo 1: Sombras del Pasado
- Capítulo 2: El Enigma de la Casa Abandonada
- Capítulo 3: Ecos del Pasado
- Capítulo 4: La Sombra en el Bosque
- Capítulo 5: El Amuleto Maldito
- Capítulo 6: La Casa de las Sombras
- Capítulo 7: El Umbral Prohibido
- Capítulo 8: El Viento Susurra Secretos
- Capítulo 9: La Voz del Viento
- Capítulo 10: Sombras y Luz
- Capítulo 11: El Eco de las Sombras
- Capítulo 12: La Oscuridad Interior
- Capítulo 13: El Precio de la Luz
- Capítulo 14: El Guardián de las Sombras
- Capítulo 15: El Silencio del Sacrificio
- Capítulo 16: El Regreso a la Luz
El silencio que quedó tras la desaparición de las figuras era diferente al que había sentido antes. Esta vez, no era opresivo, sino profundo y reconfortante, como un respiro largo y necesario. Me sentía extenuado, pero también aliviado, como si la oscuridad que había pesado sobre mis hombros durante tanto tiempo finalmente hubiera encontrado un lugar donde descansar. Sin embargo, una extraña sensación me empujó a caminar hacia el lugar donde Laura había perdido la vida, aquel claro entre los árboles que todavía me hacía sentir un nudo en el pecho.
Mientras me adentraba en el bosque, el aire parecía más ligero, más claro, como si el propio entorno hubiera cambiado. La niebla que antes envolvía todo el pueblo y que apenas dejaba pasar la luz, ahora se disipaba poco a poco, permitiendo que la luna bañara el suelo con su brillo pálido. Algo había cambiado, y lo sabía en lo más profundo de mi ser.
Llegué al claro, y el lugar parecía envuelto en un halo de tranquilidad que no recordaba haber sentido antes. Pero antes de que pudiera dar un paso más, el aire se llenó de un leve resplandor. Al principio pensé que era la luz de la luna jugando con las sombras de los árboles, pero pronto entendí que era algo más.
Laura apareció frente a mí, emergiendo de la penumbra como un sueño. Su figura parecía tallada en la luz suave de la noche, y su rostro mostraba una expresión de calma que no había visto en ella desde hacía mucho tiempo. Llevaba la misma ropa que la última vez que la había visto, pero algo en ella era distinto. Parecía estar en paz, más allá del dolor que había cargado.
No supe qué decir, así que simplemente la observé, incapaz de procesar la mezcla de emociones que me invadían. Era real, o al menos, tan real como podía serlo en este momento. Sus ojos me buscaron, y en ellos vi un brillo que me hizo sentir como si todo lo que habíamos vivido hubiera sido por una razón.
Laura no habló, pero no lo necesitaba. Me transmitía todo con su presencia, con esa sonrisa suave que parecía despedirse y agradecer al mismo tiempo. Sentí una presión en el pecho, y antes de darme cuenta, las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro. Era la primera vez que me permitía sentir toda la tristeza acumulada, toda la pérdida, y toda la gratitud por haberla tenido a mi lado durante tanto tiempo.
—Lo logramos, Laura —dije finalmente, mi voz quebrándose con cada palabra—. Ahora puedes descansar.
Ella asintió levemente, como si aceptara mis palabras, pero también como si estuviera esperando algo más. Extendió una mano hacia mí, y por un instante, sentí el calor de su toque, cálido y reconfortante, como si me devolviera todos los momentos que habíamos compartido. Cerré los ojos y, por unos segundos, fue como si estuviéramos juntos otra vez, como si el tiempo y la distancia no fueran más que una ilusión.
Cuando abrí los ojos, ella ya no estaba. La luz que la rodeaba se desvaneció lentamente entre los árboles, fundiéndose con la claridad de la luna. Sentí un vacío, pero también una paz profunda, una certeza de que Laura había encontrado su camino y que, de alguna forma, siempre estaría conmigo.
La Transformación del Pueblo
Después de aquel encuentro, el pueblo comenzó a cambiar. Las ruinas que antes estaban envueltas en sombras parecían renacer bajo la luz de la mañana siguiente. Los árboles que habían estado marchitos mostraban nuevos brotes, y el río cercano, que siempre había fluido con un murmullo inquietante, ahora corría con una suavidad casi musical.
La niebla desapareció por completo, y el aire se llenó de un aroma fresco, como si la naturaleza misma celebrara la liberación de las almas que habían estado atrapadas en aquel lugar. Los restos de la posada y de las casas que habían sido testigos del ritual empezaban a desmoronarse, como si finalmente hubieran sido liberados de una carga que no les pertenecía. Era como si el tiempo, que había estado suspendido, volviera a fluir de nuevo.
Pasé varios días en el pueblo, explorando cada rincón, asegurándome de que la oscuridad no dejara ningún rastro detrás de sí. Pero lo que encontré fue solo silencio y paz. Finalmente, con el corazón más ligero, supe que era hora de partir.
Epílogo: Meses Después
Los meses que siguieron a mi regreso fueron tranquilos, casi irreales comparados con todo lo que había vivido. Decidí mudarme a un lugar apartado, a las afueras de la ciudad, donde pudiera encontrar algo de normalidad y dejar que el pasado se desvaneciera, al menos un poco. Los días pasaban entre rutinas sencillas, y aunque las noches todavía traían recuerdos de lo que había visto, ya no sentía el mismo peso sobre mí.
Pero una tarde, mientras organizaba la pequeña cabaña que había convertido en mi hogar, una carta sin remitente apareció en mi buzón. Era extraña, pues nadie conocía mi ubicación, y el sobre estaba sellado con un símbolo que reconocí de inmediato: uno de los símbolos antiguos que había visto en las páginas del libro.
Abrí el sobre con el corazón acelerado, y dentro había una hoja amarillenta, con unas pocas líneas escritas en un idioma que no lograba descifrar del todo. Pero al final, una palabra estaba escrita claramente en el lenguaje que sí entendía:
—Vuelve.
Mientras sostenía la carta, el aire en la cabaña pareció enfriarse, y por un momento, sentí esa misma presencia que había sentido en el pueblo. Una sombra que no pertenecía a este mundo. Sabía que el mensaje no era solo una advertencia, sino un presagio de que lo que había enfrentado no estaba del todo terminado.
Miré por la ventana y, entre los árboles que rodeaban la cabaña, creí ver una figura conocida. Por un instante, el reflejo de la luz del sol me hizo pensar que era Laura, pero al girar completamente, no había nadie allí. Sin embargo, el mensaje era claro: el peligro no había desaparecido del todo.
Con la carta en la mano y el peso de lo que significaba, comprendí que la paz que había conocido era solo un respiro antes de la próxima tormenta. Y que, de alguna manera, el vínculo que compartía con Laura todavía tenía un propósito que debía cumplirse. La lucha no había terminado.
Salí de la cabaña, respirando el aire frío de la tarde, y me preparé mentalmente para lo que sabía que debía hacer. Miré el horizonte, sabiendo que la respuesta a las nuevas preguntas me llevaría de regreso al lugar donde todo había comenzado. La oscuridad y la luz, la vida y la muerte, aún tenían asuntos pendientes conmigo.
Y así, con la carta apretada en mi mano, supe que el camino por delante no sería fácil, pero que no lo recorrería solo. Porque si algo había aprendido de todo esto, era que las sombras pueden esconderse por un tiempo, pero la luz siempre encuentra la manera de traerlas de vuelta a la superficie.
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