Capítulo 1: La rutina del detective (Parte 1)

Esta entrada es la parte 2 de 25 de la serie La Sombra de la Sospecha
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Última actualización el 16 de septiembre de 2024 por ATM

Álvaro Rivas se despertó al sonido insistente del despertador que resonaba en su pequeño y caótico apartamento. La luz del sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas medio caídas, iluminando un panorama de ropa desparramada, papeles acumulados en desorden y una taza de café con restos secos de hacía días. Aunque no era guapo en el sentido clásico, Álvaro tenía un atractivo rudo que captaba la atención de cualquiera que se cruzara con él. Su físico, alto y fornido, junto con su aire despreocupado, hacían que más de una mujer se diera la vuelta para mirarle dos veces.

—Otra vez la misma mierda —murmuró para sí, levantándose de la cama con un gruñido. A solas, no tenía reparos en soltar maldiciones, pero cuando estaba con otros, era todo lo contrario: formal, educado, casi cortés. Una dualidad que le servía tanto para mantener las apariencias como para soportar su realidad monótona.

Se calzó unos vaqueros desgastados y una camiseta que apenas había sobrevivido a las múltiples lavadas. Ni se molestó en peinarse; para lo que tenía planeado ese día, no valía la pena. Sus mañanas eran siempre iguales: un café negro y tostadas, seguidos de unas cuantas flexiones para no perder la forma. Después, un rato frente al piano, su única vía de escape en medio del caos.

El teléfono sonó justo cuando estaba a punto de rendirse al aburrimiento de siempre. Al principio, pensó en ignorarlo, pero algo en él le dijo que debía contestar. “A lo mejor es algún trabajo”, se dijo a sí mismo, aunque no tenía muchas esperanzas.

—Álvaro Rivas al habla —dijo con su tono habitual, seco y formal.

Al otro lado, una voz femenina, segura pero con un leve temblor, respondió:

—¿Es usted el detective? Mi nombre es Clara Medina. Necesito su ayuda… creo que mi marido me está engañando.

Álvaro se quedó en silencio por un instante, procesando las palabras. No era la primera vez que recibía una llamada de ese tipo, pero había algo en la voz de aquella mujer que le hizo prestar más atención de lo normal.

—Señora Medina —comenzó, adoptando un tono profesional—, antes de seguir, necesito saber por qué cree que su marido le está siendo infiel.

—Es… complicado de explicar por teléfono —dijo Clara, su voz ahora más firme—. Preferiría hablar en persona. ¿Podría verme hoy?

Álvaro dudó por un momento, pero la curiosidad pudo más que su desidia.

—Está bien, dígame dónde nos encontramos.

La mujer le dio la dirección de un café en el centro de la ciudad, un lugar discreto pero con cierto estilo. Álvaro asintió para sí mismo; no le vendría mal un cambio de escenario.

Colgó el teléfono y se quedó mirando el aparato, pensativo. “¿Otra historia de cuernos?”, se preguntó, aunque algo en su interior le decía que este caso sería diferente.

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