Capítulo 3: Siguiendo el rastro

Esta entrada es la parte 6 de 25 de la serie La Sombra de la Sospecha
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Álvaro se acomodó en la acera, a una distancia prudente, con la vista fija en Javier Medina. El hombre caminaba con un ritmo relajado, como si el mundo girara a su alrededor sin importarle lo más mínimo. “Qué confiado, cabrón”, pensó Álvaro, encendiendo un cigarrillo mientras mantenía una distancia segura. No había prisa; las primeras horas de un seguimiento siempre eran de observación, esperando que el objetivo bajara la guardia.

Javier giró en una esquina y se detuvo frente a un restaurante elegante. Álvaro lo observó desde la distancia, mientras el tipo entraba sin dudar. “Debe estar bien cargado de pasta para ir a un sitio así un martes a mediodía”, pensó, soltando una bocanada de humo. Era una de esas veces en las que le hubiese gustado poder entrar a espiar de cerca, pero ya se conocía todos los trucos. Sería más efectivo esperar fuera. De todos modos, tenía tiempo de sobra.

Las horas pasaron despacio, pero Álvaro no se movió ni un milímetro. Estaba acostumbrado a la monotonía de los seguimientos. Si algo había aprendido en su oficio, era que la paciencia siempre daba sus frutos. Mientras tanto, su mente volvía una y otra vez a Clara. Había algo en ella que lo desconcertaba. No solo su belleza, que era innegable, sino la forma en que había planteado el caso. Era como si supiera más de lo que decía, como si este juego de infidelidades fuera una simple distracción de algo más grande.

Finalmente, Javier salió del restaurante. No estaba solo. Una mujer joven, rubia, vestida de forma impecable, caminaba a su lado. Álvaro levantó una ceja y sonrió para sí. “Vaya, vaya… parece que la señora Medina no estaba tan desencaminada”, pensó. Siguió a la pareja desde la acera opuesta, cuidando de no perderles de vista, pero también de no ser demasiado evidente.

Javier y la mujer caminaron juntos un rato, conversando, riéndose de vez en cuando. Era una escena demasiado íntima para ser solo una reunión de negocios. “Ya te pillé, amigo”, pensó Álvaro, notando cómo la rubia se acercaba a Javier de manera más que amistosa.

Se detuvieron frente a un hotel discreto pero lujoso. Álvaro observó con interés cómo la mujer le cogía del brazo a Javier y ambos entraban sin mirar atrás. “Bueno, eso fue rápido”, murmuró, mientras apagaba el cigarrillo en la acera. Ahora tenía algo tangible para presentar a Clara. No sería suficiente para dar por concluido el caso, pero sí un buen comienzo.

“Hora de hacer unas llamadas”, pensó, sacando el móvil del bolsillo de su chaqueta. Antes de ponerse en marcha, decidió hacer un par de fotos del lugar y tomar nota mental de todos los detalles. Sabía que en este tipo de casos, hasta el más mínimo dato podía marcar la diferencia.

Encendió la moto y se alejó del hotel, pensando en cómo presentar la información a Clara. Mientras aceleraba por las calles de la ciudad, su mente se dividía entre el caso y la extraña atracción que sentía por su clienta. “No te metas en líos, Rivas”, se dijo a sí mismo, aunque sabía que era un consejo que probablemente ignoraría.

Ya de vuelta en su apartamento, se sentó en el sofá, sacando la foto de Javier de su bolsillo y mirándola con detenimiento. “Pareces tan inocente… pero mira lo que tenemos aquí”. El tipo estaba metido en algo más que un simple desliz amoroso, o al menos esa era la sensación que tenía. Álvaro siempre se fiaba de su instinto, y ahora mismo ese instinto le estaba diciendo que esto se iba a complicar.

Tomó su móvil y marcó el número de Clara. Tres tonos después, ella contestó.

—¿Señor Rivas? ¿Ha encontrado algo?

—Puede decir que sí —respondió Álvaro, con un tono neutro, sin dar demasiados detalles aún—. Me gustaría que nos viéramos. Hay cosas que debería saber.

Al otro lado, Clara guardó silencio un segundo antes de responder.

—De acuerdo. ¿Puede ser mañana por la tarde? Mismo lugar.

—Perfecto. Hasta mañana entonces.

Colgó el teléfono y soltó un suspiro. Sabía que, cuanto más profundizara en este asunto, más líos descubriría. Pero, al mismo tiempo, esa era la parte que más le atraía de su trabajo. Los secretos, las sombras que la gente se empeñaba en esconder… todo eso alimentaba su curiosidad, incluso si a veces le metía en más problemas de los que estaba dispuesto a admitir.

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