- “El Espejo de los Secretos” Sinopsis
- Capítulo 1: La Presencia Desconocida
- Capítulo 2: Regreso al hogar
- Capítulo 3: Susurros en la Oscuridad
- Capítulo 4: El Enigma de la Llave
- Capítulo 5: El Eco de los Secretos
- Capítulo 6: El Espejo de las Almas
- Capítulo 7: El Precio del Acuerdo
- Capítulo 8: La Segunda Llave
- Capítulo 9: Sombras Persistentes
- Capítulo 10: Reflejos Inquietantes
- Capítulo 11: El Reflejo del Mal
- Capítulo 12: La Sombra Al Mando
- Capítulo 13: Las Garras de la Oscuridad
- Capítulo 14: El Último Ritual
- Capítulo 15: El Legado Oscuro
El espejo que Roberto había encontrado en el fondo del armario pesaba más de lo que parecía. Mientras subía las escaleras, sintió el peso no solo en sus manos, sino en su conciencia. Este pequeño objeto, con su superficie opaca y las sombras atrapadas en su interior, era una señal de que el Guardián no había dejado todo atrás. Quizá no estaba físicamente presente, pero su influencia todavía se sentía. Las almas que había intentado liberar seguían prisioneras, y las sombras las envolvían como un manto oscuro.
Una vez arriba, Roberto dejó el espejo sobre la mesa del comedor y encendió todas las luces de la casa, buscando alejar la oscuridad que parecía haberse infiltrado en cada rincón. Aunque había enfrentado al Guardián y sellado su paso, el peligro no había desaparecido del todo.
Se sentó frente al espejo, observando la superficie opaca, casi nebulosa, que apenas reflejaba su figura. No era como el otro espejo, el que había roto en el desván o el de la habitación de su madre. Este era diferente, más antiguo y más amenazante. A medida que miraba más de cerca, notó que algo se movía dentro de la niebla del espejo, algo que se agitaba lentamente, como si estuviera intentando liberarse.
El eco de las palabras de su madre resonaba en su mente: “Si escuchas sus voces, no las ignores.” Pero las voces que había escuchado eran susurros de advertencia, no de ayuda. Si las sombras en este espejo eran las almas que había intentado liberar, ¿cómo podría asegurarse de que no liberaría algo peor?
Buscó el diario de su madre, esperando que allí hubiera una pista más clara sobre lo que debía hacer. Pasó página tras página, revisando con detenimiento las anotaciones, los símbolos y las advertencias. Finalmente, encontró una entrada que no había notado antes, escrita casi al margen de una de las páginas:
“Los espejos son puertas, pero también pueden ser prisiones. Si deseas liberar lo atrapado, debes enfrentar lo que está detrás del cristal. No lo hagas solo.”
Roberto frunció el ceño. No lo hagas solo. La frase parecía tan sencilla, pero cargada de un significado profundo. El espejo frente a él no solo contenía las sombras de las almas atrapadas; también contenía algo más. Algo que requería más que coraje para enfrentar.
De repente, la luz de la lámpara sobre la mesa parpadeó. Roberto levantó la vista, sintiendo una corriente fría recorrer la habitación. Las sombras, que hasta entonces se habían mantenido en los márgenes de su percepción, comenzaban a moverse de nuevo. Algo estaba ocurriendo. El espejo en la mesa vibraba ligeramente, como si respondiera a la energía que había en la casa. El tiempo parecía congelarse por un instante.
Un golpe seco resonó desde el salón.
Roberto se levantó de inmediato, con los nervios a flor de piel. El golpe había sido fuerte, como si algo hubiera caído o golpeado una pared. Se acercó lentamente, escuchando atentamente mientras avanzaba. Su respiración era pesada, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cuando llegó al umbral del salón, se encontró con una escena que le hizo detenerse en seco.
El gran espejo que colgaba sobre la chimenea, que había ignorado hasta entonces, se había agrietado de un lado a otro. Pero las grietas no eran normales; parecían pulsar, como si el vidrio estuviera vivo. Y en el reflejo del espejo, algo que no debía estar allí se movía. No era su propia sombra ni la de algún mueble de la habitación. Era una figura oscura, alta y amorfa, que se deslizaba lentamente por el reflejo, pero no estaba en la realidad.
Roberto retrocedió, sintiendo una oleada de pánico. El Guardián… ¿seguía ahí? ¿O era algo más, algo que había escapado cuando él rompió el primer espejo? El aire en la habitación se volvía más pesado, casi irrespirable, y una sensación de peligro inminente le envolvía.
La figura en el espejo se detuvo y pareció girarse hacia él, como si también le estuviera observando.
Roberto corrió de vuelta al comedor, su mente girando en mil direcciones. Sabía que enfrentarse directamente al Guardián o a lo que fuera que acechaba en los espejos era un riesgo. El diario le había advertido, pero ya no tenía opción. Si quería salvarse a sí mismo y liberar lo que fuera que estaba atrapado en ese espejo más pequeño, tenía que actuar.
Respiró hondo, recogió el espejo pequeño y lo llevó al salón, donde el gran espejo sobre la chimenea lo esperaba, aún agrietado y palpitante. No sabía lo que iba a ocurrir, pero las respuestas estaban ahí, de alguna manera.
Se sentó frente al gran espejo, colocando el pequeño a su lado. Las sombras del salón se alargaban y se movían en su visión periférica, pero él mantuvo los ojos fijos en el reflejo distorsionado. Sabía que lo que fuera que estaba en el espejo estaba esperando a que él hiciera el primer movimiento.
No lo hagas solo.
Las palabras de su madre regresaron a él. Roberto cerró los ojos por un momento y recordó su presencia en el dormitorio, la advertencia silenciosa en su mirada. Ella había estado con él, y sabía que, de alguna manera, aún lo estaba. No estaba solo. No del todo.
Con un renovado sentido de determinación, Roberto abrió los ojos y, sin saber realmente lo que estaba haciendo, tocó el marco del espejo pequeño con una mano mientras mantenía la otra mano en el marco del espejo grande. Al instante, una oleada de energía recorrió su cuerpo, como si una corriente fría le atravesara de pies a cabeza.
El salón se llenó de un susurro bajo, casi imperceptible al principio, pero que se hizo más fuerte rápidamente. Las figuras en las sombras del espejo grande comenzaron a moverse con mayor intensidad, pero esta vez no se veían amenazantes. Al contrario, parecían estar luchando por liberarse.
Roberto supo en ese momento que había abierto una puerta. Las almas atrapadas en el espejo pequeño estaban conectadas al otro lado, pero no solo ellas. También las sombras que las acompañaban, esas entidades que el Guardián había dejado como su rastro.
El aire alrededor de Roberto comenzó a vibrar con fuerza, y las luces de la casa parpadearon violentamente. No había vuelta atrás. Si quería salvarse, tendría que liberar a las almas atrapadas. Sabía que no podía quedarse quieto.
Con una última mirada al pequeño espejo, Roberto lo levantó y lo sostuvo frente al espejo grande. La vibración en ambos espejos se intensificó, y entonces ocurrió algo increíble. Una luz cegadora emanó del centro del espejo roto, cubriendo la habitación con un resplandor brillante y blanco.
Roberto cerró los ojos, sintiendo cómo la energía le envolvía, pero también cómo algo más estaba ocurriendo. Las sombras en el espejo parecían desvanecerse, como si estuvieran siendo absorbidas de nuevo al otro lado.
Y entonces, todo se detuvo.
El salón quedó en completo silencio. Las luces volvieron a su brillo normal, y el aire ya no estaba cargado de esa energía opresiva. Roberto abrió los ojos lentamente. El gran espejo sobre la chimenea ya no tenía las grietas, y las sombras que antes se movían en su reflejo habían desaparecido.
Miró el espejo pequeño en sus manos. La niebla que lo cubría también había desaparecido, y su superficie ahora reflejaba su rostro, claro y nítido.
Había terminado.
Por primera vez en días, Roberto sintió una paz genuina. Las almas atrapadas, las sombras persistentes, todo parecía haber sido liberado. Dejó el espejo pequeño en la mesa y, por primera vez en lo que le pareció una eternidad, respiró sin miedo.
El Guardián estaba sellado. Las almas, liberadas. Y las sombras… finalmente se habían ido.
O al menos, eso creyó.
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