- “El Espejo de los Secretos” Sinopsis
- Capítulo 1: La Presencia Desconocida
- Capítulo 2: Regreso al hogar
- Capítulo 3: Susurros en la Oscuridad
- Capítulo 4: El Enigma de la Llave
- Capítulo 5: El Eco de los Secretos
- Capítulo 6: El Espejo de las Almas
- Capítulo 7: El Precio del Acuerdo
- Capítulo 8: La Segunda Llave
- Capítulo 9: Sombras Persistentes
- Capítulo 10: Reflejos Inquietantes
- Capítulo 11: El Reflejo del Mal
- Capítulo 12: La Sombra Al Mando
- Capítulo 13: Las Garras de la Oscuridad
- Capítulo 14: El Último Ritual
- Capítulo 15: El Legado Oscuro
Última actualización el 7 de febrero de 2025 por ATM
Roberto aún sostenía el espejo pequeño entre sus manos, sus dedos rodeando el marco frío, cuando un escalofrío le recorrió la espalda. Por unos momentos, había sentido paz, la ilusión de que las almas atrapadas habían sido liberadas y las sombras que le acechaban habían desaparecido. Pero algo en el aire seguía siendo espeso, casi cargado de una presencia que no podía identificar.
El espejo pequeño, ahora claro, de repente se calentó en sus manos. Roberto lo soltó bruscamente, y el espejo cayó sobre la mesa con un sonido seco. Se quedó mirándolo, su mente girando. Algo no estaba bien. La paz que había sentido hacía solo unos minutos comenzaba a desvanecerse, reemplazada por una inquietud creciente, un vacío que sentía en el estómago.
El aire en la habitación se enfrió de manera abrupta. No era solo una bajada de temperatura física; era algo mucho más profundo, algo que le hacía sentir como si el mal se hubiera infiltrado en los mismos muros de la casa. Roberto retrocedió lentamente, sin apartar la vista del espejo. La sensación de ser observado era tan intensa que apenas podía respirar.
Y entonces lo vio.
En el reflejo del espejo pequeño, no solo estaba él. Junto a su propio reflejo, una sombra oscura, amorfa, comenzó a tomar forma lentamente. Primero fue una mera mancha, pero luego, como un humo denso que se condensaba, la figura fue cobrando solidez. Roberto dio un paso atrás, pero sus pies parecían enraizados en el suelo. No podía moverse, ni siquiera respirar adecuadamente. Los ojos de la figura, dos pozos negros que brillaban en el reflejo, se clavaron en él con una intensidad desmesurada. Parecían atravesarlo.
La sombra se separó del reflejo, deslizándose fuera del cristal, arrastrándose hacia él como si estuviera viva. Roberto intentó gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. El aire a su alrededor se volvió pesado, cada molécula cargada con una energía negativa, oscura. La sombra le envolvió, moviéndose con una rapidez inhumana. Sintió como una presión invisible le empujaba hacia atrás, golpeándole contra la pared con una fuerza que le dejó aturdido.
—¡No! —intentó gritar, pero las palabras se ahogaron en su garganta.
La figura se lanzó sobre él, hundiéndose en su pecho, como si estuviera fusionándose con su propio cuerpo. El dolor fue inmediato, un fuego helado que le atravesaba de pies a cabeza. Sus músculos se tensaron, su visión se nubló, y por un momento creyó que iba a morir. Pero la sombra no le estaba matando. No. Estaba tomando control.
Roberto cayó de rodillas, sus manos temblando mientras sentía cómo algo en su interior cambiaba, una presencia ajena y maligna que ahora le habitaba. La sombra, el espíritu oscuro que había quedado atrapado en los espejos, había encontrado un anfitrión. Y Roberto no pudo detenerlo.
Una risa baja y grave llenó su mente. No venía de ninguna parte física; estaba en su cabeza, burlándose de él. La risa creció, envolviendo cada pensamiento que intentaba formar, asfixiando cualquier intento de resistencia.
Intentó levantarse, pero su cuerpo ya no respondía. Algo más le controlaba ahora. Una fuerza que no era suya movía sus extremidades, tensando cada músculo como si fuera una marioneta. La sombra dentro de él estaba tomando las riendas, ahogando su voluntad con una brutalidad que le dejó sin aliento. Intentó luchar, pero fue como pelear contra una tormenta; cada intento de moverse, de gritar, era inútil.
El reflejo en el espejo le observaba. Ya no era su rostro el que le miraba desde la superficie. En su lugar, los ojos negros de la sombra le miraban, llenos de odio y poder. Su propia cara, desfigurada por una mueca de terror, se fundía lentamente en una expresión que no le pertenecía: una sonrisa oscura, cruel.
La risa en su cabeza se hizo más fuerte, y Roberto, desesperado, cerró los ojos con fuerza. Pero la imagen del rostro de la sombra estaba grabada en su mente. Sentía sus manos moverse sin su control, estirándose hacia el espejo grande que colgaba sobre la chimenea. Intentaba resistir, pero su cuerpo ya no le respondía.
Con un solo golpe, Roberto —o la entidad que ahora controlaba su cuerpo— rompió el espejo en la pared. El cristal estalló en mil pedazos, llenando la habitación con un sonido que resonó en toda la casa como una sentencia de muerte. Los fragmentos cayeron al suelo, pero en lugar de reflejar su imagen, mostraban retazos de sombras danzando en su superficie, como si cada fragmento contuviera un eco del mal que había invocado.
La sombra dentro de él sonrió a través de su rostro. Era una sensación indescriptible, sentir esa sonrisa sin querer sonreír. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Roberto, mientras intentaba, inútilmente, recuperar el control. No podía.
—Ya no eres tú —susurró una voz profunda desde dentro de su mente—. Ahora eres nuestro.
El eco de esa frase retumbó dentro de su cabeza, y la desesperación se instaló en su pecho. Por primera vez, sintió que estaba verdaderamente perdido. Todo lo que había hecho, todo lo que había enfrentado hasta ese momento, había sido en vano. El Guardián había dejado algo detrás, algo mucho más siniestro de lo que Roberto podía haber imaginado. Una presencia antigua, un espíritu oscuro que había estado esperando su oportunidad.
Roberto intentó moverse, intentó hablar, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Sus pies se movieron sin su permiso, guiándole hacia la puerta principal de la casa. La sombra, ahora completamente dentro de él, se movía como si supiera exactamente lo que quería. Afuera, la luna llena brillaba débilmente, y el aire era denso, casi sofocante.
Cada paso que daba, Roberto sentía que se alejaba más de sí mismo, como si su conciencia estuviera siendo empujada a un rincón oscuro de su mente, mientras algo más tomaba el control. Algo despiadado. Algo que quería causar daño.
La noche estaba en silencio, pero en su mente, el caos reinaba. La risa oscura seguía allí, burlándose de su impotencia. Roberto, atrapado dentro de su propio cuerpo, observaba horrorizado cómo la sombra le llevaba hacia el bosque, más allá de los límites de la casa, hacia un lugar que no reconocía, pero que sentía peligrosamente familiar.
El suelo bajo sus pies crujía mientras avanzaba por el sendero en la oscuridad. No había escapatoria. No esta vez.
Roberto había sido poseído.
El verdadero horror aún estaba por comenzar.
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