Capítulo 12: La Oscuridad Interior

Esta entrada es la parte 13 de 17 de la serie Sombras del Más Allá: Crónicas de lo Paranormal
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El monasterio, ahora apenas visible a la distancia, parecía una sombra más en el paisaje desolado mientras me alejaba, pero en mi mente todavía resonaban las palabras de Laura. Ella me había dado la fuerza para continuar, pero su advertencia, de que la verdadera batalla estaba aún por llegar, colgaba como un peso en mi corazón.

El siguiente punto en el mapa estaba más lejos, más al norte, en una región montañosa, donde las leyendas hablaban de rituales antiguos y poderosas fuerzas ocultas bajo la nieve. El viaje sería largo y peligroso, pero no podía permitirme dudar. Cada amuleto destruido era un paso más hacia la paz, un paso más hacia la promesa de erradicar para siempre esta maldición.

Los días pasaron en una especie de niebla. Mientras atravesaba paisajes cada vez más fríos y solitarios, tenía tiempo para pensar, aunque mis pensamientos no me daban consuelo. La ausencia de Laura pesaba más cada día, aunque sabía que su sacrificio no había sido en vano. Aun así, el vacío que había dejado no podía llenarse tan fácilmente. Me obligaba a seguir adelante, movido tanto por la necesidad de destruir los amuletos como por la promesa de que, en algún momento, nuestras almas podrían reunirse de nuevo, aunque fuera en otro plano de existencia.

Finalmente, después de días de caminar a través de bosques oscuros y montañas nevadas, llegué a mi destino: un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, encajado en un valle profundo, rodeado por picos imponentes y envuelto en un silencio sobrenatural. La nieve lo cubría todo, y el viento helado era el único sonido que rompía el silencio abrumador. No había personas visibles, no había señales de vida. Solo quedaba la estructura de piedra más allá del pueblo, un antiguo santuario que, según el mapa, era mi próximo objetivo.

El amuleto debía estar dentro de aquel lugar. Pero lo que no sabía era lo que me aguardaba en el camino.

Un Encuentro Inesperado

Mientras me acercaba al santuario, una figura apareció en el horizonte, emergiendo de la neblina y el viento como un fantasma. Era una mujer, alta, con el cabello oscuro y ojos que brillaban con una intensidad extraña, casi sobrenatural. Llevaba un abrigo largo y pesado, y aunque su apariencia era la de una mortal, algo en su aura me decía que no era solo una persona común.

—¿Quién eres? —pregunté, deteniéndome a unos metros de distancia, mi mano cerca del bolsillo donde llevaba un cuchillo por precaución.

Ella no respondió de inmediato. En cambio, me miró con una mezcla de curiosidad y lástima, como si ya supiera por qué estaba allí. Finalmente, habló, y su voz era suave pero firme, como el viento que se arremolinaba a su alrededor.

—Te estaba esperando —dijo—. Sabía que vendrías, porque los que buscan los amuletos malditos siempre encuentran este lugar. Pero debes saber que aquí, en este santuario, no encontrarás la redención que buscas. Solo oscuridad.

Sus palabras me estremecieron, pero no aparté la vista. —¿Qué sabes de los amuletos? —pregunté, mi voz un susurro en medio del frío—. ¿Cómo sabes por qué estoy aquí?

La mujer esbozó una pequeña sonrisa, pero sus ojos seguían siendo fríos. —Sé mucho más de lo que imaginas. Los amuletos no son simples objetos, como ya te habrás dado cuenta. Están conectados entre sí, y cada uno de ellos contiene una parte de una entidad mucho mayor. Destruir uno debilita a los demás, pero el último… el último es la llave para liberar todo el mal que esos amuletos contienen. Y destruirlo no será tan sencillo como los otros.

—¿Qué eres tú? —pregunté, retrocediendo un paso, cada vez más alerta. Su conocimiento de los amuletos y la manera en que hablaba no era la de una simple habitante del lugar. Había algo más profundo, algo más oscuro en ella.

La mujer inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara si debía decirme la verdad. Finalmente, se acercó un poco más, el viento empujando su cabello hacia atrás.

—Soy como tú —dijo—. Alguien que ha caminado por los bordes de la oscuridad. Alguien que ha perdido lo que más ama, buscando respuestas en las sombras. Pero yo fallé. Y ahora, estoy atrapada aquí, entre este mundo y el siguiente.

Mis ojos se abrieron con sorpresa. —¿Eres… un espíritu? —pregunté, intentando comprender su historia.

—No del todo —respondió ella—. Aún no. Pero no me queda mucho tiempo. Y si sigues este camino sin estar preparado, terminarás como yo, atrapado entre dos mundos, buscando algo que nunca podrás alcanzar.

Sentí una punzada de miedo y desesperación en su voz, pero también una advertencia. Sabía que ella hablaba desde la experiencia, pero no podía dar marcha atrás. No después de lo que había perdido.

—No puedo detenerme —dije, con más convicción de la que realmente sentía—. He llegado demasiado lejos. He perdido demasiado.

Ella me miró por un momento largo, y luego asintió lentamente, como si entendiera perfectamente lo que estaba diciendo. —Muy bien —dijo—. Entonces, ven. Pero debes saber que, en este santuario, lo que enfrentarás no será como nada de lo que has visto antes.

El Santuario de la Oscuridad

Caminamos juntos en silencio hacia el santuario. A medida que nos acercábamos, la sensación de algo oscuro, antiguo y vivo crecía en mi pecho. Sabía que lo que estaba dentro del santuario no era simplemente otro amuleto. Algo mucho más profundo y siniestro se escondía allí.

Al entrar en el santuario, la temperatura descendió drásticamente, y un aire denso y pesado llenó la sala. Era como si el mismo lugar respirara a través de las paredes. Las antorchas en las paredes se encendieron solas al entrar, iluminando figuras talladas que representaban antiguos rituales y sacrificios. Y en el centro de la sala, sobre un pedestal, brillaba el amuleto que había venido a destruir.

Pero, al acercarme, sentí una presencia detrás de mí. La mujer, mi misteriosa guía, había dejado de avanzar. Su mirada estaba fija en el amuleto, pero no con deseo o codicia, sino con un dolor que parecía venir de un lugar profundo.

—Este es el último amuleto —dijo, sin mirarme—. Y destruirlo requerirá más de lo que piensas.

—¿Por qué? —pregunté, acercándome lentamente al pedestal—. ¿Qué es lo que me ocultas?

Ella dio un paso atrás, su rostro sombrío. —Este amuleto no es solo un objeto maldito. Es el recipiente de todo el poder oscuro de los demás. Si lo destruyes, liberarás esa energía. Y esa energía, si no es controlada, te consumirá. Me consumió a mí, y si no tienes cuidado, te consumirá a ti.

El miedo se apoderó de mí, pero no podía dar marcha atrás. Laura había sacrificado demasiado, y yo había recorrido un camino demasiado largo para detenerme ahora. Sabía que destruir el amuleto era la única manera de poner fin a todo.

—No tengo elección —dije, mis palabras firmes—. Este amuleto debe ser destruido, y lo haré.

Ella me observó, y por un momento, pensé que me detendría. Pero luego, asintió lentamente. —Entonces, hazlo —dijo en voz baja—. Pero recuerda, si lo haces, algo más vendrá. Algo mucho peor.

Sin perder más tiempo, me acerqué al pedestal. El amuleto brillaba con una luz oscura, pulsante, casi como si tuviera vida propia. Sabía que destruirlo no sería fácil, pero no tenía miedo. Mi determinación era más fuerte que el terror que sentía.

Con un movimiento rápido, levanté la mano y aplasté el amuleto contra la piedra.

Un grito desgarrador llenó el santuario, y las sombras en las paredes comenzaron a retorcerse. La oscuridad se arremolinó a mi alrededor, envolviéndome en una tormenta de energía maligna que intentaba arrastrarme hacia el abismo.

Pero en medio de ese caos, escuché una voz.

—Estoy contigo —dijo Laura, su voz firme y clara.

Sentí su presencia a mi lado, dándome fuerzas, y de alguna manera supe que, aunque la oscuridad intentara consumirnos, había una luz más fuerte que cualquier sombra.

El santuario tembló, las paredes crujieron, y entonces, todo quedó en silencio.

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