Capítulo 12: La Sombra Al Mando

Esta entrada es la parte 13 de 16 de la serie El Espejo de los Secretos
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La oscuridad del bosque envolvía a Roberto, cada árbol proyectando sombras grotescas que se estiraban como dedos largos y retorcidos. Las copas de los árboles apenas dejaban pasar la luz de la luna llena, creando un ambiente opresivo, casi irreal. Las ramas crujían bajo los pasos de Roberto, pero no era él quien caminaba. Sus piernas, movidas por una fuerza ajena, avanzaban con determinación, dirigiéndole hacia un destino desconocido.

Roberto, atrapado dentro de su propio cuerpo, gritaba desesperado, pero su voz no alcanzaba a salir de su mente. La sombra que le había poseído le había empujado a un rincón oscuro de su conciencia, dejando que su cuerpo se moviera como una marioneta, obedeciendo a la voluntad de algo mucho más siniestro que él.

No soy yo… No soy yo… Se repetía una y otra vez, como si eso pudiera debilitar la influencia de la entidad. Pero la risa grave y burlona que llenaba su cabeza le desmentía. Sentía la presencia del espíritu oscuro como un peso en su pecho, una sombra constante que robaba su aire y su fuerza de voluntad.

—Tanto miedo, tanto sufrimiento… —dijo la voz dentro de su mente, una voz que no era la suya—. Y aún crees que puedes resistir.

Roberto sintió que sus propios labios se movían, repitiendo esas palabras, pero no había forma de detenerle. Cada intento de controlar sus movimientos se encontraba con una resistencia impenetrable, como si su mente golpeara un muro invisible que le impedía hacer cualquier cosa. Sus manos, movidas por la entidad, se alzaban para apartar las ramas del camino, guiándole hacia un claro profundo en el bosque, un lugar que ni siquiera sabía que existía.

Al llegar al centro del claro, Roberto sintió cómo la sombra dentro de él detenía su avance. La luna iluminaba débilmente un círculo de piedra, antiguo y cubierto de musgo, que formaba un patrón arcaico en el suelo. Las piedras, dispuestas de manera perfecta, formaban símbolos que recordaban a los que había visto en el diario de su madre, inscripciones de antiguas invocaciones y rituales prohibidos.

—Aquí es donde todo comenzó, y aquí es donde todo terminará —dijo la voz, utilizando la boca de Roberto. Sus palabras resonaron en el claro, haciéndole estremecer. El espíritu oscuro se deleitaba con la desesperación de su anfitrión.

Una oleada de terror recorrió a Roberto. Su madre le había hablado alguna vez, en susurros temerosos, de un lugar en el bosque que su familia debía evitar a toda costa, un lugar donde antiguos ritos se realizaban, donde la barrera entre el mundo de los vivos y el de los espíritus era más delgada. Ahora, el espíritu que le controlaba le había llevado justo a ese lugar.

Debo luchar. Debo recuperar el control. Se decía a sí mismo, intentando reunir la poca fuerza de voluntad que le quedaba. Pero la sombra era demasiado fuerte. Roberto podía sentir cómo la entidad le envolvía desde dentro, sofocando cualquier intento de resistencia.

Sus manos, guiadas por la voluntad de la sombra, comenzaron a trazar los símbolos en el suelo, limpiando el musgo que cubría las piedras con una precisión que no era suya. Era como si la sombra conociera de memoria cada línea, cada curva de los patrones antiguos. Roberto sintió cómo una energía oscura comenzaba a acumularse a su alrededor, una energía que vibraba en el aire, haciendo que el frío fuera casi insoportable.

—¿Qué quieres? —preguntó en su mente, esperando una respuesta, cualquier cosa que le diera una pista sobre cómo detener lo que fuera que se estaba desatando.

—Tu alma, tus recuerdos, tu vida. —La voz respondió, cada palabra era una daga que se hundía más profundo en su conciencia—. Eres el último eslabón, el único que queda para completar lo que fue interrumpido hace tanto tiempo. Tú, Roberto, eres la llave que mi antiguo maestro necesitaba.

Roberto se estremeció. El espíritu hablaba de un plan, de un propósito que iba más allá de lo que él había imaginado. El Guardián no era solo una presencia maligna; era parte de algo más grande, algo que había estado aguardando el momento perfecto para manifestarse. Y ahora, la sombra tenía un propósito claro: usarle para completar un ritual que había sido interrumpido generaciones atrás.

El suelo bajo sus pies comenzó a vibrar, y un zumbido llenó el aire. Las piedras del círculo parecían brillar con una luz oscura, como si algo dentro de ellas estuviera despertando. Las sombras alrededor del claro se agitaron, como si una tormenta invisible las estuviera arrastrando. Roberto, atrapado en su propia mente, podía sentir la presencia de las almas que había liberado, aquellas que seguían en busca de descanso. Pero ahora, se mezclaban con una oscuridad más antigua y peligrosa.

—¡No! —intentó gritar, luchando por recuperar el control de su cuerpo, por detener lo que la sombra estaba haciendo, pero la voz de la entidad ahogó su grito interno con un retumbar que le hizo temblar.

—No puedes escapar. Eres mi puente hacia este mundo, y yo seré tu sombra hasta que ya no quede nada de ti.

Las manos de Roberto, movidas por la entidad, se levantaron hacia el cielo, y un grito gutural salió de su boca, un sonido que no era humano, que resonó en todo el claro, haciendo que los árboles alrededor crujieran y las sombras se alzaran como olas negras. Sentía la energía oscura llenándole, expandiéndose en su interior, y su mente se desmoronaba bajo el peso de la posesión.

De pronto, el suelo se agrietó bajo el círculo de piedras, y un destello de luz oscura brotó de las grietas, como si una puerta se estuviera abriendo hacia las profundidades del mismo abismo. La tierra se sacudía, los árboles temblaban, y la risa del espíritu llenaba la noche. Roberto, atrapado en su propio cuerpo, sentía que se deslizaba cada vez más en esa oscuridad, como si fuera a ser devorado desde dentro.

Y entonces, la sombra dentro de él susurró algo que le paralizó de terror:

—Ahora, observa cómo tu vida se consume. Cómo lo que amas se convierte en cenizas.

Desde el rincón de su conciencia, Roberto sintió cómo una fuerza nueva tomaba el control de su mano derecha. La sombra había cambiado de intención. Sus dedos, temblando, alcanzaron el bolsillo donde guardaba la foto de su madre, la única conexión que mantenía con su humanidad. Sacó la fotografía lentamente, y la sostuvo frente a sus propios ojos.

El espíritu que le poseía se deleitaba con su sufrimiento, al obligarle a destruir lo que más valoraba, a destruir su memoria y sus lazos. La fotografía comenzó a arder lentamente entre sus dedos, las llamas negras devorando los bordes de la imagen, mientras el humo formaba figuras siniestras que se elevaban en el aire nocturno.

—No… por favor… —Roberto intentó suplicar, pero la voz que emergía de sus labios no era la suya. Era la de la sombra, fría y carente de compasión.

Y mientras veía cómo la foto de su madre se desvanecía en cenizas, Roberto supo que había algo más que una simple posesión. La sombra no solo quería controlar su cuerpo; quería destruir su espíritu desde dentro, borrar todo lo que le hacía humano, consumir cada fragmento de su vida hasta que no quedara nada.

El fuego se extinguió, dejando solo la ceniza de la foto flotando en la brisa helada. Roberto, debilitado y quebrado por la desesperación, sintió cómo la sombra le envolvía aún más, ahogando el último resquicio de esperanza que quedaba en su mente.

El ritual continuaba, y con cada segundo que pasaba, Roberto se deslizaba más hacia la oscuridad. Sabía que no podía luchar por mucho tiempo. El mal había encontrado un lugar dentro de él, y si no encontraba la manera de expulsarlo, quedaría perdido para siempre, un simple títere en manos de una entidad que deseaba devorar todo lo que él era.

Y en ese claro, mientras la luna llena iluminaba las piedras y las sombras danzaban a su alrededor, Roberto se dio cuenta de que el verdadero horror no era lo que le rodeaba. Era lo que se estaba gestando dentro de él.

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