- Sinopsis de “La Sombra de la Sospecha”
- Capítulo 1: La rutina del detective (Parte 1)
- Capítulo 1: La rutina del detective (Parte 2)
- Capítulo 2: El primer encuentro (Parte 1)
- Capítulo 2: El primer encuentro (Parte 2)
- Capítulo 3: Siguiendo el rastro
- Capítulo 4: Enigmas y distracciones
- Capítulo 5: Desencuentros y sospechas
- Capítulo 6: El giro inesperado
- Capítulo 7: Más allá de las sospechas
- Capítulo 8: La trampa
- Capítulo 9: Amenazas Ocultas
- Capítulo 10: Punto de no retorno
- Capítulo 11: El precio de la verdad
- Capítulo 12: La Persecución
- Capítulo 13: Secretos en el Hospital
- Capítulo 14: El regreso de Clara y una nueva amenaza
- Capítulo 15: La Verdad Sale a la Luz
- Capítulo 16: En el Corazón del Peligro
- Capítulo 17: El Enfrentamiento Inminente
- Capítulo 18: Aliados en la Sombra
- Capítulo 19: Pactos en la Oscuridad
- Capítulo 20: Un Respiro Antes de la Tormenta
- Capítulo 22: El Juego de la Reina
- Capítulo 23: La Última Jugada
El coche derrapó ligeramente. Álvaro mantenía el pie en el acelerador mientras revisaba los espejos, asegurándose de que los vehículos que les habían perseguido durante kilómetros ya no estaban a la vista. Clara, sentada a su lado, respiraba con dificultad, su rostro marcado por la tensión del momento.
—Creo que los hemos perdido —dijo Álvaro, con los nudillos blancos por la fuerza con la que sujetaba el volante.
—Por ahora… —respondió Clara, con voz apagada, mientras miraba hacia el paisaje que comenzaba a volverse familiar.
A medida que se acercaban a la casa que compartía con Javier, Clara sintió cómo un nudo se formaba en su estómago. Cada vez que regresaba, la sensación de estar volviendo a una trampa se hacía más fuerte. Sin embargo, esa noche, con Álvaro a su lado, todo se sentía diferente, más peligroso.
La mansión se alzaba como un monolito imponente entre los árboles, bañada por la tenue luz de las farolas que rodeaban el camino de entrada. Álvaro estacionó el coche en un pequeño claro, ocultándolo entre las sombras para no ser detectados. Apagó el motor, pero no se movió inmediatamente.
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres hacer? —preguntó, mirando a Clara con seriedad.
Ella asintió lentamente, aunque su expresión mostraba una mezcla de miedo y determinación.
—Si no lo hacemos, no habrá forma de detener a Javier. Todo lo que necesitamos está dentro de esa casa.
Ambos salieron del coche y avanzaron sigilosamente hacia la entrada trasera. Clara sabía cómo evitar las cámaras de seguridad. Había memorizado sus ángulos durante años, una de las pocas ventajas de haber vivido bajo el control constante de Javier.
—Por aquí —susurró, guiando a Álvaro a través de un pequeño jardín lateral.
Las luces en el interior de la casa estaban apagadas, pero Clara sabía que eso no significaba que estuviera vacía. Javier era impredecible, y siempre existía la posibilidad de que hubiera dejado a alguien vigilando.
Una vez dentro, los recuerdos comenzaron a golpearla como olas. La decoración impecable, los muebles de diseño y los suelos brillantes que reflejaban la luz tenue de las lámparas automáticas eran un reflejo del hombre que había construido ese lugar: controlado, calculador y frío.
Álvaro notó cómo Clara se tensaba al cruzar el umbral.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
—Sí… —respondió, aunque su tono no era convincente.
Se movieron con cautela por los pasillos. Clara lideraba el camino, pero sus pasos eran más lentos a medida que se acercaban al despacho. Todo en esa casa le recordaba las noches interminables en las que había sentido que no tenía escapatoria.
Javier era un hombre de costumbres estrictas. Aunque su apariencia y su sonrisa podían engañar a muchos, Clara sabía que debajo de esa fachada había alguien peligroso, un hombre acostumbrado a manipular y controlar todo a su alrededor. Su relación nunca había sido de igualdad; desde el principio, Javier la había tratado como un accesorio, un símbolo de su poder.
A pesar de los años, Clara nunca se había sentido realmente cómoda allí. Cada objeto en la casa, desde los cuadros hasta las alfombras, había sido elegido por Javier, como si fuera una extensión de su personalidad. Incluso las habitaciones que se suponía que eran suyas carecían de calidez.
—¿Siempre ha sido así? —preguntó Álvaro mientras miraba a su alrededor, notando el lujo frío de la casa.
—Desde el primer día —respondió Clara—. Esta casa es una extensión de Javier. Todo está perfectamente calculado, pero nada tiene alma.
Álvaro asintió, entendiendo un poco más la prisión emocional en la que Clara había estado viviendo.
Cuando llegaron al despacho, Clara se detuvo frente a la puerta. Era una pesada pieza de madera oscura, con detalles tallados a mano. Javier siempre decía que el despacho era “el cerebro” de la casa, el lugar donde manejaba sus negocios y donde tomaba decisiones que nadie más entendía.
—¿Está aquí? —preguntó Álvaro, señalando hacia la puerta.
Clara asintió.
—Dentro de un compartimento secreto. Pero no será fácil. Javier revisa este lugar constantemente.
Álvaro se acercó a la puerta, probando la manija. Para su sorpresa, no estaba cerrada con llave. Empujó lentamente, y la puerta se abrió con un leve chirrido.
El interior del despacho era como Clara lo había descrito: elegante y funcional, pero sin personalidad. Estanterías llenas de libros que probablemente nunca habían sido leídos cubrían las paredes, y en el centro de la sala, un escritorio de madera maciza dominaba el espacio.
—¿Dónde está el compartimento? —preguntó Álvaro.
Clara se acercó a la estantería más grande.
—Aquí —dijo, señalando un punto en la base de la estantería—. Hay un mecanismo oculto detrás de este panel.
Mientras Clara trabajaba para abrir el compartimento, Álvaro se quedó cerca de la puerta, vigilando cualquier ruido o movimiento en la casa. Su instinto le decía que algo no iba bien.
De repente, un sonido en el pasillo rompió el silencio. Álvaro levantó la mano para hacer que Clara se detuviera.
—¿Has oído eso? —susurró.
Clara asintió, sus manos temblando ligeramente. Ambos permanecieron quietos, escuchando. El ruido se hizo más claro: pasos lentos y deliberados que se acercaban al despacho.
Álvaro levantó su arma, apuntando hacia la puerta. Clara, aterrada, se escondió detrás del escritorio.
Los pasos se detuvieron justo frente al despacho.
—Clara… sé que estás aquí —la voz de Javier resonó desde el otro lado de la puerta.
El corazón de Clara pareció detenerse al escuchar esas palabras. Javier sabía, siempre sabía.
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