- “El Espejo de los Secretos” Sinopsis
- Capítulo 1: La Presencia Desconocida
- Capítulo 2: Regreso al hogar
- Capítulo 3: Susurros en la Oscuridad
- Capítulo 4: El Enigma de la Llave
- Capítulo 5: El Eco de los Secretos
- Capítulo 6: El Espejo de las Almas
- Capítulo 7: El Precio del Acuerdo
- Capítulo 8: La Segunda Llave
- Capítulo 9: Sombras Persistentes
- Capítulo 10: Reflejos Inquietantes
- Capítulo 11: El Reflejo del Mal
- Capítulo 12: La Sombra Al Mando
- Capítulo 13: Las Garras de la Oscuridad
- Capítulo 14: El Último Ritual
- Capítulo 15: El Legado Oscuro
El amanecer llegó lentamente, con un sol pálido que apenas lograba atravesar la espesa niebla que rodeaba la casa. Roberto se despertó sintiéndose más agotado de lo que se había sentido antes de acostarse. Los sueños de la noche anterior habían sido oscuros y fragmentados, llenos de sombras y susurros que se desvanecían justo cuando intentaba enfocarse en ellos. La llave bajo su almohada seguía allí, fría al tacto, como si la misma casa la hubiera enfriado durante la noche.
Después de un desayuno rápido, Roberto decidió que necesitaba aire fresco. La opresiva atmósfera dentro de la casa le estaba afectando, y sentía que su mente necesitaba claridad. Salió al jardín, que estaba cubierto de rocío, con el suelo blando bajo sus pies. El viento era suave pero frío, cargado con el olor de la tierra húmeda y las hojas en descomposición. Desde afuera, la casa parecía aún más vieja y desgastada, como si llevara siglos soportando un peso que ningún ser humano podría comprender.
Mientras caminaba por el jardín, algo en la esquina de su visión captó su atención: un pequeño cobertizo, casi oculto por la maleza que lo rodeaba. Recordaba haber jugado allí de niño, aunque nunca se había atrevido a entrar solo. El cobertizo siempre había tenido un aire sombrío, como si fuera un lugar que escondía secretos que no debían ser descubiertos.
Decidido a seguir cualquier pista que pudiera aclarar el misterio de la llave, se dirigió hacia el cobertizo. La puerta, de madera gastada y cubierta de musgo, estaba cerrada con un candado oxidado. Roberto sacó la llave del bolsillo y, con una mezcla de temor y esperanza, la introdujo en el candado. Encajaba perfectamente.
El candado se abrió con un chasquido seco, y Roberto empujó la puerta con cautela. El interior del cobertizo estaba oscuro y polvoriento, con una luz tenue que entraba a través de las grietas en las paredes. A medida que sus ojos se acostumbraban a la penumbra, pudo ver que el cobertizo estaba lleno de herramientas viejas, algunas cubiertas de telarañas, otras oxidadas por el tiempo. Sin embargo, lo que realmente llamó su atención fue una pequeña caja de madera en el centro de una mesa de trabajo.
La caja estaba cubierta con el mismo tipo de tallas intrincadas que había visto en el espejo del desván. Sintió una punzada de reconocimiento, como si la caja y el espejo estuvieran conectados de alguna manera. Abrió la caja con manos temblorosas, encontrando en su interior una serie de objetos envueltos cuidadosamente en paños antiguos. Desenrolló uno de los paños para descubrir un reloj de bolsillo antiguo, su superficie de plata descolorida reflejando débilmente la luz. Al abrirlo, vio que el reloj estaba detenido en las tres en punto, la hora exacta en que siempre ocurrían los fenómenos extraños en su vida.
De repente, un sonido suave pero persistente llegó desde detrás de él. Se giró rápidamente, pero no había nadie. El cobertizo estaba vacío, salvo por los objetos olvidados y las sombras que parecían moverse ligeramente con cada ráfaga de viento. Pero el sonido continuaba, un golpeteo rítmico, como si algo estuviera tocando suavemente en una superficie de madera. Siguiendo el sonido, Roberto descubrió una pequeña trampa en el suelo, oculta bajo una pila de herramientas oxidadas.
La abrió con cierto esfuerzo, revelando una escalera que descendía a un sótano oscuro. El golpeteo se hizo más fuerte, resonando en la pequeña abertura. Sin pensar demasiado en las consecuencias, Roberto descendió por la escalera, su linterna iluminando apenas los peldaños ante él. El aire era pesado y húmedo, con un olor a tierra y algo más, algo metálico y viejo.
Al llegar al fondo, se encontró en una pequeña habitación subterránea, apenas más grande que un armario. Las paredes de piedra estaban cubiertas de moho, y el suelo de tierra era irregular bajo sus pies. En el centro de la habitación, una figura de madera tallada estaba de pie, solitaria y en silencio. Parecía ser la fuente del golpeteo, aunque ahora el sonido había cesado, como si la figura hubiera dejado de moverse al notar su presencia.
Roberto se acercó con cautela, observando la figura más de cerca. Era un tallado grotesco, una especie de totem primitivo, con un rostro distorsionado que parecía una mezcla de dolor y furia. Alrededor de su cuello, colgaba una pequeña llave, mucho más pequeña que la que había encontrado en el desván. Sin dudarlo, Roberto tomó la llave, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo al hacerlo.
De repente, una corriente de aire frío barrió la habitación, apagando su linterna y sumiéndolo en la oscuridad. El golpeteo comenzó de nuevo, esta vez más fuerte y más cerca, como si algo se moviera en la oscuridad hacia él. Roberto se quedó paralizado por un momento, el sonido de su respiración era lo único que rompía el silencio. Luego, con un esfuerzo supremo, encendió de nuevo la linterna, barriendo el haz de luz por la pequeña habitación.
Pero no había nada. El golpeteo había cesado, y la figura de madera estaba tan inmóvil como antes. Sin embargo, algo había cambiado. Roberto sintió que el aire se había vuelto más pesado, más opresivo, como si algo invisible estuviera presionando sobre él. Sabiendo que no podía quedarse allí por más tiempo, subió rápidamente las escaleras y salió del cobertizo, cerrando la puerta tras él.
El reloj en su bolsillo parecía pesar más de lo que debería, y la pequeña llave que ahora llevaba consigo palpitaba con una energía que no podía comprender. Sabía que estas cosas eran importantes, que de alguna manera estaban conectadas con los fenómenos que había estado experimentando. Pero aún no sabía cómo.
De regreso en la casa, se sentó en el salón, con los objetos que había encontrado delante de él. La llave antigua, el reloj detenido a las tres, y la figura tallada en su mente. Pensó en la inscripción del espejo y en las palabras que había escuchado en la radio. Todo parecía girar en torno a un pasado que él no comprendía por completo, un pasado que había dejado marcas profundas en su familia.
La llave pequeña, que ahora tenía en sus manos, debía abrir algo, tal vez otro secreto oculto en la casa. Pero Roberto sabía que no podía apresurarse. Debía estar preparado para lo que fuera que iba a encontrar.
Mientras se preparaba para dormir esa noche, guardó la llave y el reloj bajo su almohada, tal como lo había hecho con la llave anterior. Sabía que los sueños podrían traerle más respuestas, pero también sabía que la oscuridad tenía sus propios secretos, que no siempre estaba listo para enfrentar.
Cerró los ojos, y las sombras en la habitación parecieron alargarse y moverse en su visión periférica. Los susurros en la oscuridad, ahora tan familiares, volvieron, pero esta vez no sintió miedo, sino una extraña calma, como si estuviera finalmente acercándose a una verdad que había estado esperando toda su vida.
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