- Sinopsis de “La Sombra de la Sospecha”
- Capítulo 1: La rutina del detective (Parte 1)
- Capítulo 1: La rutina del detective (Parte 2)
- Capítulo 2: El primer encuentro (Parte 1)
- Capítulo 2: El primer encuentro (Parte 2)
- Capítulo 3: Siguiendo el rastro
- Capítulo 4: Enigmas y distracciones
- Capítulo 5: Desencuentros y sospechas
- Capítulo 6: El giro inesperado
- Capítulo 7: Más allá de las sospechas
- Capítulo 8: La trampa
- Capítulo 9: Amenazas Ocultas
- Capítulo 10: Punto de no retorno
- Capítulo 11: El precio de la verdad
- Capítulo 12: La Persecución
- Capítulo 13: Secretos en el Hospital
- Capítulo 14: El regreso de Clara y una nueva amenaza
- Capítulo 15: La Verdad Sale a la Luz
- Capítulo 16: En el Corazón del Peligro
- Capítulo 17: El Enfrentamiento Inminente
- Capítulo 18: Aliados en la Sombra
- Capítulo 19: Pactos en la Oscuridad
- Capítulo 20: Un Respiro Antes de la Tormenta
- Capítulo 22: El Juego de la Reina
- Capítulo 23: La Última Jugada
El amanecer apenas había teñido el cielo de un tono grisáceo cuando Clara abrió los ojos en la penumbra de la habitación. Su cabeza latía con un dolor sordo y su mejilla aún ardía por el golpe que Javier le había dado la noche anterior. Inspiró hondo y se enderezó en la cama. No iba a esperar a que la rescataran. No esta vez.
Se pasó la mano por la cara, tratando de aclarar sus pensamientos. Conocía a Javier. Sabía cómo pensaba, cómo jugaba con la mente de los demás. Y si quería salir viva de allí, tenía que actuar antes de que él hiciera su próximo movimiento.
La puerta se abrió, y él entró con su andar despreocupado, vestido impecablemente como si no acabara de secuestrarla.
—¿Cómo ha dormido mi invitada especial? —preguntó con una sonrisa burlona.
Clara no respondió. En su lugar, le miró fijamente, calculando cada gesto, cada palabra. Sabía que Javier no la había traído solo por venganza o deseo de poder. No. Quería algo más de ella. Algo que creía que podía conseguir con el tiempo.
—No empieces con tu jueguecito, Javier —dijo al fin, con voz ronca—. No me interesa.
Él soltó una leve risa.
—Oh, Clara, siempre tan desafiante. Por eso me gustas.
Se sentó en la cama a su lado y pasó los dedos por su muñeca, un gesto que alguna vez le habría hecho estremecer, pero que ahora solo le provocaba náuseas.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de todo esto? —susurró él—. Que, al final, siempre vuelves a mí.
Clara cerró los ojos por un instante y cuando los abrió, le sostuvo la mirada.
—No he vuelto. Me has arrastrado aquí como un cobarde.
El destello de rabia en los ojos de Javier fue fugaz, pero lo vio. Bien. Había encontrado su punto débil.
A lo largo del día, Clara midió cada paso. Cada conversación con los guardias, cada interacción con Javier. Sabía que no podía vencerle físicamente ni escapar sin ayuda, pero podía hacer que bajara la guardia.
Empezó con pequeñas cosas. Un susurro más suave cuando hablaba, un gesto de resignación aquí, una mirada calculada allá. Y cuando Javier la invitó a cenar en la gran mesa del salón, supo que estaba funcionando.
—No voy a envenenarte, si eso es lo que temes —bromeó él, sirviendo una copa de vino.
Clara esbozó una sonrisa ligera.
—No necesito veneno para matarte.
Javier soltó una carcajada.
Le dejó hablar. Le dejó presumir. Y en el proceso, descubrió lo que necesitaba saber: el acceso a la sala de vigilancia de la mansión, los códigos de seguridad que mencionó sin darse cuenta, los nombres de los guardias de turno.
Era hora de poner en marcha su plan.
Mientras Clara jugaba su partida desde dentro, Álvaro y Morales se acercaban a la mansión desde la oscuridad. Se movían rápido, silenciosos, con las armas listas.
—Javier ha reforzado la seguridad —susurró Morales, observando a través de unos binoculares.
Álvaro apretó los dientes.
—Le da igual la seguridad. Quiere tenerla ahí dentro, controlada.
—Eso significa que ella aún está viva.
—Sí. Pero no por mucho tiempo si no nos damos prisa.
Rodeando la casa, lograron entrar por una puerta trasera. Álvaro sintió cómo su pecho se comprimía al pensar en Clara. Estaba cerca. Muy cerca.
La oportunidad llegó en la noche. Javier la llevó a su despacho, donde intentó, una vez más, jugar con su mente.
—Si cooperas, no tendré que hacerte daño.
Clara se inclinó hacia él, sus labios casi rozando los suyos.
—¿Y si no quiero cooperar?
Javier sonrió, encantado con el desafío. Pero en ese momento, Clara movió la mano rápidamente y sacó un cuchillo que había escondido durante la cena. Lo deslizó contra su cuello, justo lo suficiente para que sintiera el filo.
—No eres intocable, Javier —susurró.
Él tragó saliva, sorprendido.
—Siempre fuiste una caja de sorpresas.
Antes de que pudiera reaccionar, las luces parpadearon y la alarma de seguridad sonó.
El caos estalló. Álvaro irrumpió en la mansión disparando a los guardias mientras Morales cubría su espalda. El sonido de los disparos resonaba en los pasillos mientras los hombres de Javier intentaban contener el ataque.
Clara aprovechó la distracción. Empujó a Javier con fuerza y corrió hacia la puerta justo cuando Álvaro aparecía al final del pasillo.
Sus ojos se encontraron.
—¡Clara!
Ella corrió hacia él, pero justo cuando estaba a punto de alcanzarle, Javier apareció detrás y le sujetó del brazo.
—¡No tan rápido, cariño!
La apuntó con una pistola en la sien. Álvaro alzó su arma en un instante, con la mandíbula apretada.
—Suéltala ahora mismo, hijo de puta.
Javier sonrió, disfrutando del momento.
—¿O qué, detective? ¿Me vas a disparar con ella aquí?
El aire se volvió denso. Morales, a un lado, también apuntaba a Javier. Los segundos se convirtieron en una eternidad.
Clara, sintiendo la tensión a su alrededor, tomó una decisión. Con un movimiento rápido, giró su cuerpo y hundió el codo en el costado de Javier. La presión en su cabeza desapareció por un segundo y lo aprovechó para apartarse.
Álvaro no dudó. Disparó.
El impacto hizo que Javier soltara un gruñido de dolor y cayera contra la pared. Se sujetó el costado, la sangre oscureciendo su camisa blanca.
Clara corrió hacia Álvaro, quien la recibió con un brazo protector mientras seguía apuntando a Javier.
—Esto no ha acabado —murmuró Javier, con una sonrisa torcida, a pesar de la herida.
Álvaro apretó los dientes.
—No, pero está a punto de hacerlo.
Morales se acercó y le quitó la pistola de la mano a Javier.
—Vamos, cabrón. Es hora de que pagues.
Javier soltó una carcajada ahogada.
—¿Pagar? No sabéis nada…
Y entonces, antes de que nadie pudiera reaccionar, una explosión sacudió la mansión.
Los cimientos del lugar temblaron, el fuego iluminó la noche, y Clara se agarró con fuerza a Álvaro.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Morales.
Álvaro miró a Javier, que sonreía incluso cuando la sangre se deslizaba por su mentón.
—Si yo caigo, todos caemos…
El fuego comenzó a extenderse rápidamente, y Álvaro supo que no tenían mucho tiempo.
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