Capítulo 19: Pactos en la Oscuridad

Esta entrada es la parte 22 de 25 de la serie La Sombra de la Sospecha
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La carretera parecía infinita bajo la luz de la luna. Dentro del coche, el silencio pesaba como una losa. Álvaro mantenía las manos firmes sobre el volante mientras Clara revisaba el archivo en su portátil, iluminada por la tenue luz de la pantalla. No había pasado mucho tiempo desde que escaparon del último enfrentamiento, pero la tensión no les abandonaba.

Clara deslizó los dedos sobre el trackpad, pasando entre líneas de datos que parecían tener sentido solo en la superficie. Se mordió el labio inferior mientras sus ojos recorrían nombres, fechas y transacciones.

—Esto no es solo Javier —dijo en voz baja, sin apartar la vista de la pantalla.

Álvaro no desvió la atención de la carretera, pero su voz cargada de preocupación rompió el silencio:

—¿Qué quieres decir?

—Aquí hay muchos nombres. Algunos son internacionales. Esto no es solo una red local; es un sistema entero.

Álvaro suspiró, apretando el volante con más fuerza.

—¿Eso lo complica o nos da una ventaja?

Clara cerró el portátil, como si quisiera detener sus propios pensamientos.

—Ambas cosas.

Antes de que pudiera decir algo más, el teléfono de Álvaro vibró. Era un mensaje de un número desconocido. Lo tomó con rapidez y leyó en voz alta:

“Tengo información sobre Javier. Nos beneficia ayudarnos mutuamente. Punto de encuentro: restaurante abandonado, salida 14 de la Vía Norte. Estoy solo.”

Álvaro y Clara intercambiaron una mirada cargada de sospecha.

—¿Otra trampa? —preguntó Clara, con la voz tensa.

—Posiblemente. Pero no podemos ignorarlo —respondió Álvaro, ya girando hacia el punto mencionado.

Tras media hora más, llegaron al punto de encuentro. La estructura del restaurante se erigía como una sombra más en la oscuridad, con su letrero de neón roto parpadeando débilmente. Álvaro detuvo el coche a una distancia prudente, ocultándolo tras unos arbustos junto al aparcamiento.

Ambos descendieron en silencio, sus pasos amortiguados por la grava bajo sus pies. Álvaro caminaba unos pasos delante, la pistola oculta bajo su chaqueta, mientras Clara se mantenía alerta, mirando constantemente a su alrededor.

El interior del restaurante estaba en ruinas: mesas rotas, paredes descascarilladas y un olor rancio que hacía difícil respirar. En el centro, bajo la tenue luz de una lámpara que colgaba del techo, un hombre estaba sentado. Vestía un traje arrugado y sostenía un cigarrillo que parecía haberse consumido hasta el filtro.

—Álvaro Rivas. Clara Martínez. Puntuales, eso me gusta —dijo el hombre, esbozando una sonrisa que parecía cargada de sarcasmo.

Álvaro le observó con desconfianza.

—¿Quién eres?

—Llámame Félix. No importa quién soy; importa lo que sé. Y lo que sé puede ayudaros a sobrevivir… si sabéis escuchar.

Félix apagó el cigarrillo en el borde de la mesa y cruzó las manos sobre la superficie polvorienta.

—Trabajé para Javier durante años. Era su hombre de confianza, el que manejaba el dinero sucio. Sobornos, cuentas en paraísos fiscales, lo que hiciera falta. Hasta que un día decidí que ya era suficiente.

—¿Por qué? —preguntó Clara, su tono escéptico.

Félix soltó una carcajada amarga.

—Porque intentó matarme. Cuando decides que ya no quieres ser parte del juego, Javier se asegura de que no tengas la oportunidad de hablar.

Álvaro frunció el ceño, evaluando cada palabra de Félix.

—¿Y por qué deberíamos confiar en ti ahora?

—Porque yo también quiero verle caer. Y porque tengo esto. —Félix sacó una libreta de cuero de su chaqueta y la dejó sobre la mesa.

Clara se adelantó y tomó la libreta, abriéndola con cuidado. Su expresión cambió al instante.

—Esto… esto conecta con el archivo que tenemos. Nombres, fechas, transacciones…

—Claro que conecta —respondió Félix, encendiéndose otro cigarrillo—. Pero solo es una pieza del rompecabezas. Vosotros tenéis el resto.

Antes de que pudieran seguir hablando, Álvaro notó luces acercándose desde la carretera. Varias figuras salieron de los vehículos que acababan de detenerse frente al restaurante.

—Nos han encontrado —susurró Álvaro, desenfundando su pistola.

Félix no parecía sorprendido. De hecho, casi parecía esperarlo.

—Siempre saben dónde buscar. Espero que sepáis correr.

El sonido de balas rompiendo las ventanas llenó el restaurante, y Álvaro empujó a Clara hacia el suelo, cubriéndola con su cuerpo.

—¡Por la puerta trasera! —gritó Félix, señalando hacia un pasillo oscuro.

El trío corrió hacia la salida trasera, mientras los hombres de Javier irrumpían en el edificio, disparando sin piedad. Clara apretaba la libreta contra su pecho, su corazón latiendo con fuerza.

Álvaro cubría la retaguardia, disparando con precisión para mantener a raya a sus perseguidores. Félix, a pesar de su actitud relajada, mostró una habilidad sorprendente al devolver el fuego, acertando a uno de los atacantes en la pierna.

—¡Seguid adelante, yo les detendré un momento! —gritó Félix, cubriéndoles mientras corrían hacia el coche.

Clara llegó primero al vehículo y abrió la puerta del copiloto. Álvaro la alcanzó segundos después, mirando hacia atrás para asegurarse de que Félix no se quedara atrás.

El hombre apareció corriendo, disparando una última ráfaga antes de lanzarse al asiento trasero del coche.

—¡Arranca! —gritó, mientras más balas impactaban contra la carrocería.

Álvaro pisó el acelerador, alejándose del restaurante a toda velocidad.

Dentro del coche, el silencio era interrumpido solo por las respiraciones agitadas de los tres. Félix se inclinó hacia adelante, con una sonrisa cansada en el rostro.

—Bueno, creo que esto fue un buen comienzo, ¿no?

Clara lo fulminó con la mirada.

—¿Esto es un juego para ti?

Félix levantó las manos en un gesto de inocencia.

—Relájate, guapa. Estamos vivos, ¿no?

Álvaro miró a Clara y, por un momento, sus ojos se encontraron. Había algo en su mirada que no necesitaba palabras: un agradecimiento silencioso, una promesa de que seguirían adelante juntos.

—Esto no ha terminado —dijo Álvaro finalmente, su voz cargada de determinación—. Esto solo acaba de empezar.

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