Capítulo 7: El Precio del Acuerdo

Esta entrada es la parte 8 de 16 de la serie El Espejo de los Secretos
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La luz del día apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas cubiertas de polvo cuando Roberto abrió los ojos. El aire en la casa era diferente, más ligero de alguna manera, pero esa sensación de alivio duró solo unos momentos. Algo seguía sin resolverse. Había hecho el trato con la figura, había roto el espejo, pero el susurro que escuchó al final, esa sonrisa en la oscuridad… Todo indicaba que el peligro aún no había desaparecido.

Sentado en el borde de su cama, Roberto trató de poner en orden sus pensamientos. Había pasado la mayor parte de la noche reviviendo lo que había visto: los rostros en el espejo, las almas atrapadas, y sobre todo, la entidad oscura que parecía estar detrás de todo. Las imágenes seguían atormentándole incluso despierto, pero ahora había algo más que le preocupaba: el precio del acuerdo que había aceptado sin pensarlo demasiado.

Un fuerte crujido resonó desde el pasillo, sacándole de sus pensamientos. No era el sonido familiar de la vieja madera bajo sus pies. Este ruido tenía algo más, como si algo se estuviera moviendo por la casa sin que él lo hubiera notado. Se levantó lentamente, su cuerpo aún sintiéndose pesado después de los eventos de la noche anterior, y se dirigió hacia la puerta. Afuera, el silencio era espeso, roto solo por otro crujido, esta vez más cercano.

Roberto descendió las escaleras, cada paso acompañado por un eco que parecía más fuerte de lo normal. El reloj en la sala marcaba las siete de la mañana, pero algo en su movimiento le desconcertó. El segundero avanzaba erráticamente, como si estuviera luchando por mantenerse en marcha. Y entonces, el segundero se detuvo. Tres en punto. Una vez más.

Su corazón comenzó a latir más rápido. Recordaba claramente haber roto el espejo y terminado el ritual, pero ahora, era como si la casa misma estuviera resistiéndose a la idea de dejarle ir. Era como si el trato que había hecho aún no hubiera sido completado del todo.

Decidido a entender lo que estaba ocurriendo, Roberto tomó el diario que había encontrado en el desván y lo abrió en las últimas páginas, buscando alguna pista sobre lo que podría estar pasando. Las palabras escritas a mano parecían burlarse de él mientras leían la advertencia: “El espejo muestra el alma de quien lo mira, pero el reflejo nunca es lo que parece.”

A medida que releía las frases, un nombre apareció repetidamente: El Guardián. El diario hablaba de esta figura, un ser que existía para custodiar las puertas entre los dos mundos, asegurándose de que las almas no pudieran cruzar de un lado a otro sin pagar un precio. Roberto sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. El trato que había hecho no era con cualquier sombra; había sido con el Guardián.

Con la mente girando, intentó recordar las imágenes que había visto en el espejo antes de que se rompiera. Las almas atrapadas, las sombras que parecían estar siempre observando… ¿habían estado esperando su liberación? ¿O habían sido parte de una trampa mucho más grande?

Decidió que no podía quedarse quieto. Si quería entender el precio del acuerdo que había hecho, debía regresar al cobertizo donde encontró la llave y los primeros indicios de la verdad. Al salir de la casa, el viento frío de la mañana golpeó su rostro. Era como si la naturaleza misma estuviera en calma, esperando algo. Al llegar al cobertizo, la puerta crujió al abrirse, revelando el mismo interior oscuro y mohoso que recordaba.

Buscó la caja de madera donde había encontrado el reloj y las primeras pistas, esperando que quedara algo más que le indicara qué hacer a continuación. Al abrir la caja, encontró algo que no había visto antes: un trozo de papel amarillo, arrugado y casi invisible bajo el polvo. Lo desdobló con cuidado.

El mensaje era claro y escalofriante:

“El Guardián nunca se va. Solo te observa más de cerca cuando crees que has ganado.”

Roberto sintió que todo el aire se escapaba de sus pulmones. El trato no había sido un final, sino el principio de algo peor. Había liberado a las almas, pero no había derrotado a la entidad que las controlaba. El Guardián seguía allí, acechándolo desde las sombras, esperando a que Roberto cometiera un error.

De repente, un ruido fuerte le sobresaltó. Algo cayó en el piso del cobertizo. Roberto giró rápidamente y vio que uno de los viejos espejos polvorientos en la pared había caído al suelo, rompiéndose en varios pedazos. El reflejo en los fragmentos mostraba algo que no estaba en la habitación: una figura oscura, de pie justo detrás de él.

Se giró, pero no había nada. El Guardián estaba jugando con él, haciéndole saber que nunca estaría realmente solo.

Sabía que no podía enfrentarse a esta entidad sin más información. Volvió a la casa, desesperado por encontrar respuestas. Subió al desván por lo que esperaba que fuera la última vez, buscando cualquier cosa que se le hubiera escapado. Mientras revisaba los baúles, escuchó un golpe fuerte detrás de él. Al volverse, vio algo que le hizo detenerse en seco.

El espejo roto en el centro del desván no estaba como lo había dejado. En lugar de los pedazos que había visto la noche anterior, el espejo parecía haberse reformado, pero no completamente. La superficie seguía siendo irregular, pero las grietas que lo cruzaban parecían pulsar con una vida propia. Las sombras danzaban detrás del cristal, moviéndose en patrones que Roberto no podía entender, pero que le llenaban de una ansiedad indescriptible.

Sabía que lo que estaba viendo no era un simple reflejo. El Guardián le estaba mirando a través del espejo, esperando.

Decidido a romper este ciclo, Roberto se acercó al espejo. No podía simplemente ignorarlo, no ahora que sabía que cada movimiento que hacía estaba siendo observado. Al mirarse en la superficie rota, su reflejo parecía estar distorsionado, sus ojos más oscuros, su expresión más severa. Era como si el Guardián estuviera comenzando a infiltrarse en su mente, corrompiendo su percepción de la realidad.

Roberto respiró profundamente. Sabía que el Guardián quería algo de él, algo más que su alma. El acuerdo no había terminado, y el verdadero precio aún no había sido pagado.

Una vez más, el diario se convirtió en su guía. Buscó frenéticamente alguna referencia al Guardián, alguna forma de detener lo que estaba ocurriendo. Y entonces, la encontró: una mención de una segunda llave, una llave que, según el diario, no cerraba una puerta, sino que abría un camino.

El Guardián no buscaba mantener el control de las almas atrapadas. Buscaba una forma de cruzar completamente al mundo de los vivos. Y la segunda llave era la única cosa que podía evitarlo.

Roberto se dio cuenta de que había más en juego de lo que había imaginado. La casa, los espejos, las sombras… todo era parte de un juego que había estado ocurriendo durante generaciones. El Guardián había sido invocado por sus antepasados, y ahora, Roberto era la última línea de defensa.

Sabía lo que tenía que hacer. Debía encontrar la segunda llave antes de que el Guardián le encontrara a él. Y esta vez, no habría trato.

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