Capítulo 13: Las Garras de la Oscuridad

Esta entrada es la parte 14 de 16 de la serie El Espejo de los Secretos
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El claro del bosque seguía vibrando con una energía oscura. La luz de la luna apenas alcanzaba a atravesar la presencia que envolvía a Roberto, proyectando figuras retorcidas en las piedras antiguas que formaban el círculo a su alrededor. A pesar de la fría brisa nocturna, el aire se sentía denso y cargado de un mal que parecía no tener fin. Roberto, atrapado dentro de su propio cuerpo, sentía que se deslizaba más y más en la profundidad de esa oscuridad.

La entidad que le había poseído dominaba cada uno de sus movimientos, le empujaba a continuar el ritual antiguo que había comenzado. Roberto intentaba resistirse, luchando con todas sus fuerzas por retomar el control de su cuerpo, pero su conciencia se sentía como un espectador en su propio cuerpo, impotente ante la presencia que le manipulaba.

—No podrás con esto… —susurró la voz de la aparición en su mente, burlona y profunda—. Esta noche serás el puente que me permitirá regresar, y nada podrá detenerme.

Las palabras resonaban en su cabeza como un eco interminable. Roberto sentía cómo la fuerza oscura se deleitaba con su desesperación, alimentándose de su miedo y de cada intento fallido por liberarse. Sus manos, movidas por la entidad, continuaban trazando símbolos en el suelo con una precisión aterradora, como si cada línea y cada forma fueran parte de un diseño maligno que había sido grabado en su mente.

A medida que completaba el patrón, el suelo bajo sus pies comenzó a abrirse lentamente, revelando una grieta oscura de la cual surgía una luz antinatural, negra y fría como la nada. Roberto sentía que la tierra temblaba bajo él, que el mismo bosque estaba reaccionando al poder antiguo que estaba despertando. Las sombras en el claro comenzaron a moverse, como si respondieran a una llamada lejana, y el zumbido en el aire se hizo más fuerte, como un canto espectral que parecía provenir de todos los rincones del bosque.

Debo salir de aquí… Debo encontrar una forma de detener esto, pensaba Roberto, sintiendo la desesperación crecer en su pecho. Pero la presencia le mantenía atrapado, aferrada a cada fibra de su ser. Su cuerpo, movido por la aparición, se inclinó sobre la grieta en el suelo, como si estuviera reverenciando algo que estaba por llegar.

Entonces, de la grieta emergió una figura, una forma negra y amorfa, que se deslizaba entre el aire como si no tuviera un límite físico. La presencia que salía de la abertura era más densa, más fuerte que cualquier ser que Roberto hubiera enfrentado antes. Sentía que le estaba observando, analizándole, como si reconociera en él al anfitrión perfecto para habitar el mundo de los vivos.

La oscuridad dentro de él rió de nuevo, y Roberto sintió cómo su boca se curvaba en una sonrisa que no era suya.

—Ahora, lo entenderás, Roberto. Seremos uno, y nada quedará de ti cuando este mundo sea nuestro.

Roberto sintió cómo la desesperación lo invadía, pero una chispa de determinación ardía aún en su mente. No podía rendirse. Sabía que si lo hacía, esa fuerza oscura, ese poder más allá de la comprensión, consumiría no solo su cuerpo, sino su alma, y algo peor quedaría libre en el mundo.

—No… —intentó gritar, forzando las cuerdas vocales a trabajar contra la voluntad de la abominación. Su voz salió rota, apenas un murmullo, pero por un instante, sintió que algo en la presencia vacilaba.

Pero la figura que emergía de la grieta no le dio tiempo a intentar más. La aparición se materializó frente a él, extendiéndose como un velo de oscuridad, y sus formas se alzaron en una columna de humo que se entrelazaba con la penumbra alrededor de Roberto, envolviéndole en un abrazo gélido.

Roberto sintió cómo la presión en su pecho aumentaba, como si algo le estuviera apretando desde dentro, intentando romper las últimas defensas de su mente. La risa de la presencia llenaba el aire, reverberando en las piedras del círculo y en su propia mente, como una melodía disonante que le arrancaba pedazos de esperanza.

—Mírate… tan débil, tan patético… —La aparición hablaba a través de él, su voz resonando en el claro—. No eres más que una herramienta para nosotros.

Con un movimiento brusco, la fuerza levantó su brazo derecho, el cual sostenía una rama afilada, casi como una daga. Roberto sintió el filo de la rama rozando su propia piel, el frío cortante que parecía vibrar con una energía oscura. La presencia le obligaba a sostener la rama sobre la grieta, como si esperara completar un sacrificio que Roberto no podía permitir.

¡No, debo detener esto! ¡Debo…! Pero antes de que pudiera siquiera terminar el pensamiento, la abominación forzó su mano hacia abajo, cortando la palma de Roberto. La sangre goteó sobre la grieta, y al caer en la abertura, la tierra tembló con más fuerza, como si se abriera una puerta invisible.

La grieta crepitó, y de su interior surgió un viento que llevaba consigo un alarido espectral, como si el mismo abismo estuviera gritando de dolor y furia. Las sombras en el claro se arremolinaron alrededor de Roberto, y la presencia que emergía de la grieta creció, extendiendo sus brazos hacia él, tratando de absorberle por completo.

Roberto sintió que su conciencia se deslizaba hacia la oscuridad, que cada pensamiento se hacía más débil, más distante. El frío se apoderó de sus extremidades, y la entidad dentro de él aplaudía con su voz burlona, gozando de su victoria. Pero en el fondo de su mente, una imagen persistía, una memoria que la aparición no podía borrar: la figura de su madre, mirándole con una mezcla de tristeza y esperanza, como si todavía creyera que él podía salvarse.

Y entonces, algo cambió. Roberto, en su desesperación, encontró una pequeña grieta en la barrera que la fuerza oscura había levantado en su mente. Un resquicio de luz en medio de la oscuridad. Se aferró a esa imagen, a esa esperanza, y con un último esfuerzo, gritó desde lo más profundo de su ser:

—¡Esto no es el final! ¡No lo permitiré!

La grieta que había abierto en su mente creció, y por un instante, sintió que la presencia dentro de él retrocedía, sorprendida por su resistencia. Roberto aprovechó ese momento, reuniendo toda la fuerza que le quedaba, y trató de liberar su cuerpo de la posesión.

El viento en el claro se intensificó, la tierra se agitó bajo sus pies, y la figura que emergía de la grieta pareció dudar, su forma ondulando como si estuviera a punto de desvanecerse. La oscuridad dentro de él rugió de furia, forzando sus manos a completar el ritual, pero la voluntad de Roberto, aunque debilitada, luchaba por resistir.

La grieta en el suelo comenzó a cerrarse, lenta y dolorosamente, como si el mismo abismo luchara por permanecer abierto. Roberto sintió que el control sobre su cuerpo oscilaba entre él y la aparición, cada segundo era una batalla por su propia existencia.

Pero la entidad no estaba dispuesta a ceder. Con un último impulso de odio y desesperación, la presencia lanzó a Roberto al suelo, su cabeza golpeando contra una de las piedras del círculo. La visión de Roberto se nubló, y su cuerpo quedó inmóvil, mientras la oscuridad aprovechaba su desconcierto para intentar retomar el control.

Roberto, en su mente, sintió que el mundo a su alrededor se volvía más oscuro, que la luz se desvanecía lentamente. Pero sabía que aún no había terminado, que todavía podía aferrarse a ese resquicio de esperanza. En el fondo de su mente, la imagen de su madre le llamaba, le guiaba hacia la luz que podía salvarle.

Sin embargo, la aparición no se rendiría sin pelear, y el verdadero enfrentamiento, el que decidiría su destino, apenas comenzaba.


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