- “El Espejo de los Secretos” Sinopsis
- Capítulo 1: La Presencia Desconocida
- Capítulo 2: Regreso al hogar
- Capítulo 3: Susurros en la Oscuridad
- Capítulo 4: El Enigma de la Llave
- Capítulo 5: El Eco de los Secretos
- Capítulo 6: El Espejo de las Almas
- Capítulo 7: El Precio del Acuerdo
- Capítulo 8: La Segunda Llave
- Capítulo 9: Sombras Persistentes
- Capítulo 10: Reflejos Inquietantes
- Capítulo 11: El Reflejo del Mal
- Capítulo 12: La Sombra Al Mando
- Capítulo 13: Las Garras de la Oscuridad
- Capítulo 14: El Último Ritual
- Capítulo 15: El Legado Oscuro
La mañana siguiente trajo consigo una sensación de urgencia. Roberto no había dormido bien, despertando varias veces durante la noche con la impresión de que algo le estaba observando desde la oscuridad. Los sueños, fragmentados y nebulosos, se disolvían cada vez que intentaba aferrarse a ellos, dejando solo una vaga sensación de intranquilidad. La pequeña llave bajo su almohada parecía más fría que nunca, como si hubiera absorbido el frío de la noche.
Después de un café rápido, decidió que era hora de hacer una llamada que había estado postergando desde que regresó a la casa de su infancia. Marcó el número de su hermana, Sofía, con manos temblorosas. Ella siempre había sido más reservada sobre sus experiencias con lo paranormal, especialmente después de lo que había pasado cuando eran niños. Aún así, si alguien podía arrojar algo de luz sobre los secretos que envolvían su familia, era ella.
La llamada sonó varias veces antes de que Sofía finalmente contestara. Su voz sonaba somnolienta, como si la hubiera despertado.
—Roberto, ¿eres tú? —preguntó, su tono suavizándose al reconocer la voz de su hermano.
—Sí, Sofía, soy yo. —Roberto hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas para continuar—. Estoy en la casa de mamá. Encontré algunas cosas… y necesito hablar contigo sobre lo que pasó aquí.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Sofía había dejado de visitar la casa mucho antes de que se vendiera, y Roberto sabía que tenía razones para hacerlo, aunque nunca las había compartido por completo.
—Sabía que volverías allí algún día —dijo finalmente, su voz baja, casi un susurro—. Sabía que los secretos no te dejarían en paz.
—Hay algo que no entiendo, Sofía. Encontré un reloj que estaba detenido a las tres en punto, y una llave. —Roberto dudó antes de continuar—. También está el espejo en el desván, y esas voces en la radio… ¿Recuerdas algo sobre ellos?
El silencio al otro lado de la línea se alargó nuevamente, y Roberto casi pudo imaginar a su hermana debatiendo consigo misma sobre qué decirle.
—El reloj… y la llave —murmuró finalmente—. No pensé que encontrarías esas cosas. Pero si lo has hecho, significa que estás más cerca de la verdad de lo que pensé.
Roberto apretó el teléfono con más fuerza, su corazón latiendo rápido.
—¿Qué verdad, Sofía? ¿Qué es lo que mamá nunca me contó?
—No es solo lo que mamá no te contó, Roberto. Es lo que nos ocultó a todos. —La voz de Sofía temblaba ligeramente—. Hay algo en nuestra familia, algo que ha estado con nosotros durante generaciones. Mamá intentó protegernos, pero hay cosas que simplemente no pueden ser escondidas.
Sofía hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—Mamá nunca quiso que supieras la verdad porque creía que podría salvarte de todo esto, pero ella misma fue víctima de lo que nos persigue. Lo que viste en el espejo, lo que escuchaste en la radio, todo está conectado. Y ese reloj… siempre marca las tres porque fue a esa hora cuando todo cambió.
Roberto sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué pasó a las tres en punto?
—Eso es algo que ni siquiera mamá sabía por completo. Pero creo que tiene que ver con un antiguo ritual, algo que se hizo mucho antes de que naciéramos, algo que nuestra familia está pagando hasta el día de hoy. —Sofía hizo una pausa—. El reloj se detuvo a las tres el día que mamá intentó destruir el espejo. Fue la hora exacta en que el espejo se rompió la primera vez, y desde entonces, las sombras en la casa han estado cada vez más presentes.
El eco de las palabras de Sofía resonó en la mente de Roberto. Todo apuntaba al espejo, a esa antigua pieza que ahora descansaba en el desván, y a algo que había sido desencadenado mucho antes de que él naciera.
—Entonces, ¿qué debo hacer? —preguntó Roberto, sintiéndose más perdido que nunca.
—Debes encontrar la última llave, Roberto. La llave para cerrar el ciclo, la que mamá nunca pudo encontrar. —La voz de Sofía era firme ahora—. Está en la casa, lo sé. Y una vez que la encuentres, debes enfrentar lo que se esconde detrás del espejo. Es la única manera de terminar con esto.
Roberto asintió, aunque sabía que su hermana no podía verlo.
—¿Y luego qué? ¿Qué pasa si no puedo detenerlo?
—Si no puedes detenerlo… —Sofía hizo una pausa, su voz quebrándose—. Entonces tendremos que vivir con estas sombras para siempre. Pero, Roberto, no estás solo en esto. Estoy contigo, aunque no esté físicamente allí. Nuestra familia ha soportado esto durante generaciones, pero creo que tú eres el único que puede romper la maldición.
—¿Por qué yo? —Roberto susurró, más para sí mismo que para su hermana.
—Porque siempre has sido el más fuerte, Roberto. Porque mamá te eligió para encontrar la verdad. —La voz de Sofía se suavizó—. Pero recuerda, las sombras se alimentan de nuestro miedo. No les des lo que quieren.
Con esas palabras, la llamada terminó. Roberto dejó el teléfono sobre la mesa, su mente girando en torno a lo que Sofía le había dicho. Ahora tenía más preguntas que respuestas, pero sabía que el tiempo para huir había terminado. La llave pequeña que había encontrado era solo una pieza del rompecabezas, pero debía encontrar la última para cerrar el ciclo.
El reloj en la sala de estar marcó las tres en punto mientras Roberto se dirigía al desván. Sabía que el tiempo era esencial, pero también sabía que estaba solo en esa casa, con solo las sombras como compañía. Las palabras de su hermana seguían resonando en su cabeza, un eco constante de advertencias y consejos.
Subió las escaleras con pasos firmes, decidido a enfrentar lo que fuera que le aguardaba. El desván le recibió con la misma frialdad que antes, pero esta vez, Roberto no se detuvo a observar el espejo. Sabía que debía hacerlo, pero no antes de estar completamente preparado.
La llave en su bolsillo pesaba más con cada paso, como si el destino mismo estuviera tratando de detenerle. Pero Roberto siguió adelante, buscando cualquier pista que le llevara a la última llave, la que podría poner fin a todo.
Mientras exploraba el desván, movió una pila de cajas antiguas y se encontró con algo inesperado: una puerta oculta, pequeña y casi invisible, tallada en la madera del suelo. Era demasiado pequeña para un adulto, casi como si hubiera sido hecha para un niño. Roberto se arrodilló y, con manos temblorosas, insertó la pequeña llave en la cerradura. Encajó a la perfección.
La puerta se abrió con un chasquido, revelando un pequeño compartimento que contenía un solo objeto: un libro, viejo y polvoriento, con la cubierta de cuero agrietada por el tiempo. Lo levantó con cuidado, sintiendo una extraña reverencia por el objeto que tenía en sus manos.
El libro no tenía título, pero al abrirlo, Roberto encontró las mismas inscripciones que había visto en el espejo. Era un diario, escrito a mano, con páginas llenas de palabras que parecían destinadas a él. Al pasar las páginas, encontró entradas que describían rituales antiguos, historias de sombras que devoraban la luz y advertencias sobre un espejo que no debía ser roto.
Roberto supo en ese momento que había encontrado lo que necesitaba, pero también sabía que lo que venía a continuación sería la parte más difícil de todas.
El reloj marcó las tres y cuarto cuando cerró el diario y lo guardó bajo el brazo. Sabía que la noche estaba cerca, y que pronto tendría que enfrentarse a las sombras en su forma más pura. Con una última mirada al desván, descendió las escaleras, preparándose para lo inevitable.
El eco de los secretos de su familia seguía resonando en su mente, pero ahora, con el diario en sus manos, Roberto tenía una nueva arma para enfrentar el pasado y, con suerte, liberarse de él para siempre.
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